Mi llegada a Ciudad de México

Las cosas que se oyen en España sobre Ciudad de México no resultan nada halagüeñas. Sin tener en cuenta el reciente terremoto, las noticias que nos llegan sobre asaltos, asesinatos y secuestros no hacen de esta enorme ciudad el destino vacacional ideal.

Tengo que reconocer que llegué con algo de miedo por lo que me pudiera encontrar. Han hecho falta tan sólo tres días para que todos mis prejuicios iniciales desaparecieran. Esta ciudad me ha dado el mejor inicio de viaje posible y tendrá siempre un hueco en mi corazón.

Llegada y primeras impresiones

La llegada, propiamente dicha, no fue muy buena que digamos. Creo que aún no lo he mencionado en el blog, pero me da mucho miedo volar en avión (paradojas de una viajera empedernida). Poco antes del aterrizaje un mensaje del piloto nos alarmó a todos. El tren de aterrizaje no funcionaba. Tras solicitar que todo el pasaje apagara todos sus aparatos electrónicos para verificar que el fallo no se debiera a posibles interferencias, el problema persistía. Ante la poco alentadora perspectiva de un aterrizaje de emergencia, los más rebeldes terminaron por apagar medio a escondidas sus móviles (anda que…). Poco después llegó la buena nueva. El problema se había solucionado y, por fin, pudimos aterrizar sin problemas. No os podéis ni imaginar qué mal rato. Me faltó besar el suelo una vez en tierra firme.

El control de inmigración fue muy rápido y en seguida estaba fuera con mi mochilón y buscando los mostradores para coger un taxi autorizado al centro. En Ciudad de México no es nada aconsejable parar un taxi cualquiera por la calle. Hay que ir a las paradas o “bases” oficiales. No son pocos los casos de secuestros en esos otros taxis no oficiales, que no se diferencian en absoluto a simple vista de los oficiales. Avisados quedáis. Otra buena opción es Uber, aplicación muy extendida y usada incluso por los propios mexicanos.

En algo menos de media hora estaba entrando por la puerta del hostel que sería mi casa durante aquellos días, el Hostel Mundo Joven Catedral, justo al lado del Zócalo. Un curioso e inquietante cartel me da la bienvenida.

La cama en habitación femenina de seis camas me costó 230 pesos la noche, unos 10 euros al cambio. El hostel está en general bastante bien, los baños algo anticuados y el desayuno normalito, pero por el precio y la ubicación ya merece la pena. Además, el restaurante de la planta baja os sacará de más de un apuro.

En la terraza de la última planta hay un bar con unas vistas espectaculares. La pega es que los fines de semana se llena de gente, no sólo de huéspedes, y la música está bastante alta, con lo que puede resultaros un poco difícil descansar. Yo, particularmente, seguiría durmiendo, aunque se cayera el edificio, pero si sois sensibles al ruido, quizás éste no sea vuestro alojamiento ideal.

Nada más entrar a mi habitación conocí a la que sería mi compañera de aventuras durante los siguientes días. Se llama Iris, es catalana y tras una larga charla descubrimos que teníamos muchísimas cosas en común. ¡Con la que está cayendo en España con el tema “Cataluña”!

Un intenso primer día

Cuando me desperté a la mañana siguiente me encontré con estas maravillosas vistas de la catedral desde mi habitación.

Cuando llegué el día anterior ya era de noche, por lo que no se apreciaba bien.

Después de desayunar, Iris y yo nos pusimos de acuerdo para ir a visitar la zona centro. Os dejo un mapa, con los principales puntos que visitamos, para que os orientéis.

Justo al lado del hostel teníamos las ruinas del Templo Mayor (número 1 en el mapa). Para no pagar la entrada, nos conformamos con echarle un vistazo desde fuera.

A pocos pasos de allí se encontraba la Plaza del Zócalo (número 2 en el mapa), donde ondea una gigantesca bandera mexicana.

En la misma plaza nos encontramos con algunos chamanes que, con sus vistosos trajes, se ofrecen a hacerle al turista un ritual de limpieza, a cambio de unos cuantos pesos, por supuesto.

En otro rincón de la plaza, unos limpiabotas hacían su trabajo. Es una auténtica pena que, en muchos países, este antiguo oficio se esté perdiendo.

A un costado de la plaza se encuentra la Catedral Metropolitana (número 3 en el mapa), que data del 1571 y es Patrimonio de la Humanidad desde 1987. La rodeamos y, coincidiendo con una misa, la visitamos por dentro.

Continuamos la visita a la ciudad por la Avenida Francisco I. Madero, una animada calle peatonal que concentra muchos de los atractivos turísticos de la zona. Es la calle que se ve en la siguiente foto.

También se aprecia la Torre Latinoamericana al fondo de la fotografía.

A lo largo de esta calle vamos encontrando diferentes iglesias y edificios históricos. Quizás, el más destacable sea la Casa de los Azulejos (número 4 en el mapa), en la foto de la derecha.

En su interior, alberga un restaurante, que, aunque algo más caro que la media de la zona, es más que recomendable. Nosotras comimos muy bien por menos de diez euros por persona. Si vuestro presupuesto es más ajustado, siempre podéis preguntar en la puerta para que os dejen visitar su magnífico patio. No os pondrán pega ninguna.

La iglesia de San Francisco (número 5 en el mapa), justo enfrente, bien merece también una visita.

Su interior es de lo más original, con preciosos frescos cubriendo casi todas sus paredes.

Nuestra siguiente parada fue en el mirador de la Torre Latinoamericana (número 6 en el mapa). Si bien ya no es la más alta del DF, sí fue el primer rascacielos que se construyó en la ciudad. Tiene su mérito, teniendo en cuenta la fuerte actividad sísmica y el terreno pantanoso de la zona. Las vistas desde el piso 42 hacia los cuatro puntos cardinales son impresionantes.

La ciudad se extiende hasta donde alcanza la vista en todas direcciones.

¡Por algo es la segunda ciudad más grande del mundo!, sólo por detrás de Tokio.

Me llamó la atención lo colorido del tráfico desde las alturas.

Una vez abajo, nos dirigimos al Palacio de Bellas Artes (número 7 en el mapa), un precioso edificio que ya habíamos advertido desde el mirador.

Entramos al Palacio Postal. Este bonito edificio de principios del siglo XX sigue haciendo las veces de oficina de correos, así que aproveché a enviar una postal a la familia.

En este punto comienza el parque de La Alameda (número 8 en el mapa), donde dimos un agradable paseo. A pesar de visitarlo entre semana, estaba a rebosar de gente. Había espectáculos de baile, vendedores de helados, niños dándose un remojón en alguna de sus fuentes, familias paseando…

Hasta vimos una simpática ardilla en un árbol.

Sentí una especie de déjà vu. La situación me recordó mucho a algún domingo de mi infancia, paseando por el parque de El Retiro.

Algo más hacia el oeste se encuentra el Monumento a la Revolución.

Por curiosidad, entramos en una panadería-pastelería. No nos costó darnos cuenta de que los mexicanos son muy de dulces. Los había de todos los tipos. Me hicieron especial gracias estas pastas con forma de frutas.

Nos dirigimos por una gran avenida hacia la Plaza Garibaldi, famosa por sus mariachis. A medida que nos alejábamos del centro puro y duro, el ambiente cambió radicalmente. Apenas había turistas por la calle y empezamos a toparnos con personas con unas “pintas” algo extrañas, algunas de ellas claramente bajo la influencia de las drogas. Comenzamos a sentirnos un poco inseguras, con lo que aligeramos el paso e hicimos una visita rápida a la plaza.

Aquí los mariachis esperan a que algún cliente les contrate para alguna fiesta o evento, por lo que es el lugar ideal para verlos con sus típicos atuendos.

Volvimos rápidamente hacia la zona centro. Nos quedamos horrorizadas ante un kiosko de prensa. En la primera plana de algunos periódicos aparecían noticias de asesinatos, descuartizamientos y otras atrocidades con sus respectivas y más que explícitas fotos. Eso es algo a lo que no estamos acostumbrados en Europa. Me resultó en exceso desagradable y me pareció una total falta de respeto hacia las víctimas y sus familias, por lo que no seré yo quien ayude a difundir aún más esas imágenes.

Pasamos por la plaza de Manuel Tolsá (número 9 en el mapa) y por delante del Museo del Ejército, hasta llegar finalmente a la Plaza de Santo Domingo (númer 10 en el mapa), ya muy cerca de nuestro hostel.

Para terminar un día redondo, subimos a tomarnos algo a la terraza del hostel. La ciudad estaba preciosa a la luz del atardecer.

Y así, dimos por finalizado un intensísimo primer día en una ciudad que nos estaba cautivando. ¡Ésto sí que es empezar bien un viaje!

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *