Jaguar Rescue Center y algunas playas

Empezábamos un nuevo día en Puerto Viejo de Talamanca, al sur de Costa Rica, en pleno Caribe. Teníamos un ambicioso plan por delante. Íbamos a visitar el famoso Jaguar Rescue Center, un centro de recuperación de animales silvestres.

Pero antes de eso, recorreríamos en bici un tramo de costa en dirección sureste para ver algunas de las paradisíacas playas de la zona. Haríamos un total de 25 kilómetros, con unas cuantas paradas en diferentes playas y en el centro de rescate.

Pero tranquilos, que os lo cuento paso a paso.

El medio de transporte

Como siempre, nada más levantarnos, miramos al cielo. ¡Bingo! Hoy sí había salido el sol. Algunas nubes aún amenazaban con posibles chaparrones, pero era sin duda el día con mejor tiempo que habíamos tenido en muchos días.

Yo, que odio la lluvia, pero más que por mojarme yo, por miedo a que se me moje la cámara, cogí la funda impermeable de la mochila, por si acaso (de los pocos “por si acasos” que me permito, cuando viajo).

Para la ruta que queríamos hacer, necesitábamos unas bicis. Creo que se podría haber hecho en transporte público, o por lo menos una parte, pero habría sido un auténtico coñazo depender de los horarios de los buses. Habríamos perdido un montón de tiempo esperando y, sinceramente, tampoco creo que hubiéramos ahorrado mucho dinero.

Para los más adinerados (y vagos) también se puede contratar un taxi para pasar el día. No tengo ni idea de precios, pero en mi opinión, a no ser que estéis lesionados u os sobre el dinero, no veo motivos para no hacerlo en bici. Solo una idea, si tanto os sobra, también podéis convertiros en sponsor de una viajera con menos fortuna económica. Ya sabéis cómo contactar conmigo. Ahí lo dejo… ????

En total haréis unos 25 kilómetros, bastante llanos. A ratos os encontraréis algunas bajadas y repechos. Si cogéis impulso, la mitad de la cuesta ya la tenéis hecha. El resto, a darle fuerte. Y a unas malas, os bajáis y empujáis un poco la bici. Yo lo tuve que hacer un par de veces. Si no vais en plan tan rata como nosotros, quizás os podáis permitir una bici con marchas por unos pocos colones más. Eso habría facilitado bastante las cosas. Pero vamos, que la ruta es toda por asfalto y muy muy light.

Ya la tarde/noche anterior estuvimos echando un ojo a diferentes locales de alquiler de bicicletas. Sinceramente, no recuerdo por cuál nos decantamos. Los precios eran en todos muy similares, así que revisad bien la bici, probadla, aseguraos de que los frenos funcionan correctamente… y ¡poco más! A nosotros nos cobraron 3500 colones (unos 6 euros) por cada bici para todo el día. Recordad que son datos de finales de 2017, así que habrá que sumarle algo, seguro.

Las playas

Os dejó un par de mapas para que os orientéis. En el primero podéis ver dónde empieza la ruta. Buscad la carretera principal que cruza Puerto Viejo e id hacia el sureste (en dirección contraria a Cahuita, donde estuvimos el día anterior).

En el segundo mapa, os he marcado en rojo el inicio de la ruta en Puerto Viejo, las playas que visitamos y el centro de rescate de animales, del cual os hablaré con más detalle un poco más adelante.

Como veis en el mapa, solo hay una carretera que va en dirección a Manzanillo (la de color gris). Dejad el mar a vuestra izquierda y pedalead. Imposible perderse.

Os recomiendo ir despacito, en plan paseíto de “Verano Azul” (para los que me leéis desde fuera de España: una serie de los 80 en la que un grupo de amigos montaba mucho en bici en un pueblo costero durante las vacaciones de verano. Los de España se me echarán encima con este resumen de mier__).

Si, además, vais en silencio y prestando atención a los árboles que bordean la carretera, veréis bastantes animales. Lo más común es ver aves de todo tipo, monos aulladores y, con suerte, algún perezoso.

Si no tenéis muy buen ojo para encontrar fauna por vuestra cuenta, fijaos donde haya algún otro turista en bici parado. O bien está medio asfixiado (dudo que alguien se asfixie en esta ruta) o, lo más probable, habrá encontrado algo entre el follaje. Aprovecharse del buen ojo de otros es perfectamente válido.

Os dejo algunas fotos de las playas en las que paramos (os las he marcado con rojo en el mapa de arriba).

Aunque teníamos reserva a las 14:00 para visitar el centro de rescate de animales, nos dio tiempo hasta para un bañito.

Y aquí va una en la que salgo yo, cosa extremadamente rara, ya que soy la que hace las fotos normalmente.

Una cosa que me llamó la atención y que es completamente diferente en España es que, además de palmeras, hay muchos árboles casi en la misma orilla del mar.

Esto es genial para tener algo de sombra y no achicharrarse bajo el potente sol caribeño. Si os fijáis en las fotos, por eso no se ve ni una sombrilla. Eso sería impensable en España.

Tras casi 13 kilómetros, con sus paradas y un bañito, dimos la vuelta por la misma carretera (si es que ya os dije que es la única) hasta llegar al centro de rescate de animales,

Jaguar Rescue Center

Nuestra siguiente parada era en el Jaguar Rescue Center, un centro de recogida y recuperación de animales silvestres. Este centro se convierte en el hogar temporal o, si no quedase más remedio, permanente para los numerosos animales silvestres enfermos, heridos o tempranamente huérfanos encontrados por la zona.

En su mayoría se trata de monos, perezosos, pequeños mamíferos, aves y reptiles, que han sufrido diferentes heridas o perdido a su madre por electrocución (esto es especialmente habitual en monos y perezosos), atropellos (la dichosa carretera por la que nosotros fuimos en bici es peligrosísima para los lentos perezosos), etc.

Abierto desde 2008 se ha hecho más que famoso entre turistas y lugareños, quienes llevan también a muchos de los animales heridos que se encuentran.

Sus fundadores fueron Sandro Alviani, desgraciadamente fallecido en febrero de 2016 (ni dos años antes de nuestra visita) y Encar García, una primatóloga catalana. Con mucho amor y dedicación y sin ningún apoyo del gobierno comenzaron este bonito proyecto, que proporciona cuidados integrales y servicios veterinarios a estos animales, que de otra manera estarían condenados a morir.

Para financiarse ofrecen tours guiados por el centro de rescate. También se pueden realizar donaciones, “adoptar” un animal en concreto o colaborar con ellos a través de un voluntariado in situ.Os dejo el link con todas las opciones.

Normalmente, no es necesario reservar. Suele ser suficiente con ir con un poco de antelación y pagar la entrada. Como mucho, puede que os toque esperar un poco en su agradable café. Por cierto, suele haber un visitante frecuente: un precioso tucán, que a mí me enamoró.

Se nota, ¿no? Le podría haber hecho mil fotos más.

Nosotros, al acercarse las vacaciones de Navidad y ver que todo estaba bastante lleno de turistas por todas partes, preferimos reservar online y pagar por adelantado vía PayPal. En su web, podéis ver también los precios actualizados, según el tipo de tour que elijáis.

A las 14:00 teníamos nuestra reserva, pero en un mail nos recomendaban estar como muy tarde a las 13:45. Como íbamos con las bicis y nos costaba calcular los tiempos, llegamos más temprano.

Dejamos casi todo en las taquillas que tienen, no sin antes embadurnarnos en crema solar y rociarnos litros de repelente de insectos. La visita es casi por completo al aire libre. ¡No os olvidéis del chubasquero, por si acaso! Al final solo llevamos con nosotros una botella de agua y la cámara (funda impermeable incluida, que aquí llueve cuando menos te lo esperas).

Por su web también vi que rescatan, curan y liberan tortugas al Mar Caribe. Esto me dio bastante morriña, al acordarme de mi experiencia en el campamento tortuguero en el que colaboré como voluntaria en México.

Si queréis saber más sobre la historia del JRC, podéis echarle un ojo a su web o seguirles, tanto en Facebook, como en Instagram, para estar al día de las últimas novedades (animales recibidos, avances en su recuperación, liberaciones, etc.)

Entramos junto con la guía que nos asignaron y de lo primero que vimos fueron un par de monos aulladores.

Una de ellas, hembra, aunque ya estaba completamente rehabilitada, seguía colándose en el centro para visitar a sus excuidadores y beneficiarse del buffet libre. Todas estas y otras muchas cosas interesantes os las irán contando vuestros guías. Saben los todos los detalles de cada uno de los habitantes del centro.

Vimos un par de perezosos de dos dedos.

Entre ellos me llamó especialmente la atención uno llamado Floqui (por desgracia, no tengo foto. Me obnubilé y me olvidé por completo), nombrado así por un peculiar personaje de la serie Vikings, de la cual yo era muy fan por aquella época.

Su mayor peculiaridad es que, aunque es un perezoso de dos dedos, él solo tiene uno en cada mano y cada pie. Si recordáis mi breve explicación sobre los dedos de los perezosos al final de mi artículo sobre Bocas del Toro, veréis que realmente este un perezoso muy especial.

Debido a esta rara característica, Floqui no puede ser devuelto a su hábitat natural. Quizás por ello se haya vuelto especialmente sociable con los humanos. ¡Es un verdadero amor! ¡Siempre sonriente!

Continuamos con la visita y pudimos ver un par de mustélidos (no recuerdo la especie) y hasta un ocelote (imposible hacerle una foto).

Los felinos suelen llegar al centro tras ser incautados por la policía, ya sea en una operación de tráfico de animales salvajes, o porque algún lugareño ha sido denunciado por su tenencia ilegal. Por lo tanto, aunque no suelen llegar heridos como tal, en muchos casos están traumatizados por haber permanecido en jaulas demasiado pequeñas, haber sufrido maltrato, etc. No suelen ser rehabilitables y, por tanto, no se suelen poder liberar. Han estado demasiado tiempo en contacto con el ser humano. ¡Qué pena oír estas historias! Lo siento, pero me parece importante compartir con vosotros esta realidad.

También vimos un tucán algo diferente al que nos recibió en el café. ¡Me encantan estos animales!

Y de repente, me pareció ver un extraño señor con una especie de peto negro. WTF. Nunca había visto algo parecido en mi vida. ¡Era un oso hormiguero y estaba a dos patas! En un momento dado, incluso se giró para mirarnos. No me digáis que no es gracioso.

Vimos un par de loros por las ramas de los árboles y nos encaminamos a mi parte favorita de toda la visita: ¡la sección de los bebés perezosos! ¡Cestitas llenas de bebés perezosos!

Aquí ya se me terminó de caer la baba un buen rato. Mirad que caritas. Dan ganas de darles un abrazo.

Sin embargo, una cosa que me gusto mucho, es que aquí no está permitido tocar a los animales, ni mucho menos cogerlos en brazos. Esto me indicaba que no estábamos ante la típica turistada.

Además, en Costa Rica no es legal hacer fotografías de animales salvajes interactuando con humanos (lo pone expresamente en la web del JRC, lo cual me parece genial). Con esto, el gobierno intenta evitar la utilización de animales silvestres para las, tan habituales como bochornosas, imágenes de turistas con monos, loros, etc.

¡Muy bien por Costa Rica! Así es como se apuesta por un turismo de naturaleza más responsable y sostenible.

Y así, dimos por finalizado un día muy guay. Recogimos nuestras cosas en la taquilla, recorrimos en bici el tramo final hasta Puerto Viejo, las devolvimos, cenamos, nos duchamos y dormimos como bebés. Yo hasta juraría que aquella noche soñé con la sonrisilla de Floqui.

¡Pura Vida, Costa Rica! Mañana más.

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *