Un intenso primer día en Sri Lanka

Llegada a Sri Lanka

Aterrizamos un domingo a las 5 de la mañana en el aeropuerto de Colombo, bueno, en realidad se encuentra más bien en Negombo, que está a las afueras de Colombo. Rellenamos las tarjetas de entrada al país que nos habían dado durante el vuelo y nos fuimos directos a la cola de inmigración. Ya teníamos la pre-autorización online del visado (explico paso a paso como obtenerla en la entrada anterior: Sri Lanka – Introducción), así que no era más que un mero trámite. Tuvimos que enseñar la autorización que llevábamos impresa de casa y, tras ponernos el visado y el sello en el pasaporte, ya estábamos en Sri Lanka.

Recogimos nuestras mochilas y nos fuimos directos a cambiar algo de dinero (durante el resto del viaje no vimos muchas casas de cambio, a excepción de en las ciudades principales). Lo siguiente fue ir a comprar una tarjeta SIM Sri Lankesa, sobre todo para contar con acceso a internet. Había varios stands de diferentes compañías dentro del mismo aeropuerto, nada más salir de la zona de recogida de equipajes.

Habiendo hecho todo lo que teníamos que hacer, fuimos hacia la salida y allí estaba Rocky, con quien vía E-Mail había reservado nuestro tuk tuk ya hacía meses (los datos de contacto los encontraréis en la anterior entrada: Sri Lanka – Introducción). Por 22 dólares nos dio la opción de pasar a buscarnos al aeropuerto y, puesto que sabíamos que llegaríamos cansados y en plan vaguete, lo aceptamos sin dudar.

Su oficina, que está en su propia casa, no abría los domingos hasta las 9 de la mañana, así que dejamos las mochilas allí y nos fuimos a dar una vuelta por la zona, mientras Rocky se iba a misa. Al ser tan temprano estaba casi todo cerrado y no había mucho ambiente. Prácticamente sólo nos cruzamos con gente, vestida completamente de blanco, que se dirigía a la iglesia (en esta zona de la isla hay una mayoría de católicos). Llegamos hasta la playa, que estaba a tan sólo un par de manzanas, y dimos un pequeño paseo.

Incluso a esas horas ya empezaba a hacer un calor pegajoso y desagradable. Volviendo hacia casa de Rocky, encontramos una pequeña tienda de barrio abierta y compramos un chapati (tipo de pan local, muy consumido también en India) con huevo por dentro. Aunque ligero, el desayuno nos revivió un poco. Después de tantas horas de viaje el cansancio empezaba a pasarnos factura y teníamos un duro día por delante.

De vuelta a la autoescuela

Cuando Rocky volvió de misa, nos presentó a un compañero, que sería quien nos enseñaría a conducir el cacharro. Pobre hombre, no sabía donde se había metido. Le explicamos que jamás habíamos conducido una motillo ni nada parecido, pero el hombre parecía tener una positividad inquebrantable. Ya veríamos a ver cuanto le duraba…

Empezó con mi novio. Se subió a su lado, delante, como buenamente pudo y le enseñó a cambiar las marchas y dimos un par de vueltas por las tranquilas calles de alrededor.

Siempre hay que avisar pitando en cada intersección. Por lo visto en Sri Lanka el primero que toca el claxón parece tener la prioridad, a excepción de los buses kamikazes, que la tienen siempre. Yo iba detrás y no quitaba ojo, para ver si podía luego convertirme en la alumna aventajada.

Lo siguiente fue intentar aparcar (sí, he dicho intentar). La marcha atrás no iba muy fina y se nos resistió durante casi todo el viaje. Casi siempre acababámos empujando el tuk tuk para atrás unos metros, total, casi ni pesa.

Salimos a calles con algo más de tráfico y el chico se subió detrás conmigo. Ahí empecé a dudar. En realidad yo ahí no hacía falta. No era necesario que nos la jugáramos todos ¿no? Al final la cosa fue mejor de lo esperado y empecé a ver más luces que sombras de cara a las dos semanas que teníamos por delante.

Me llegó el turno a mí y tanto fijarme en la clase práctica de mi chicho no había servido de mucho. Iba cometiendo los mismo fallos. Que si sueltas muy rápido el embrague se cala, que si aceleras y cambias de marcha a la vez el cacharro protesta… Al final, con más pena que gloria, digamos que aprobé yo también el práctico.

Nos aseguraron que tras un par de días conduciéndolo nos parecería la cosa más fácil del mundo. El tiempo les daría la razón, pero en aquellos momentos sentimos que el elegir aquel medio de transporte sin tener ni idea de motos había sido tirarse un farol muy grande.

Nos despedimos de Rocky y el hombre valiente, que se jugó la vida con nosotros (tampoco fue pá tanto, ¿o sí? menos mal que no está aquí para opinar) y nos encaminamos hacia el norte. Teníamos por delante unas cinco o seis horas de trayecto hasta Anuradhapura. Empezando fuertecito, vamos.. Por suerte, al ser domingo, no habría demasiado tráfico.

El buda de Avukana

Para que no se hiciera el día tan pesado, decidimos hacer una parada para ver el Buda de Avukana, que si bien no pillaba del todo de camino, tampoco nos suponía un gran desvío. Metimos en el GPS las coordenadas, que previamente había anotado en casa, y empezamos nuestro viaje.

El GPS nos llevó casi todo el camino por carreteras secundarias. El resto de los días eso es precisamente lo que más disfrutaríamos: perdernos por las zonas más rurales con nuestro cacharro. Pero hoy, con todo el cansancio acumulado, veíamos todo de otra manera. El trayecto hasta Avukana se nos hizo bastante pesado. Tardamos alrededor de cinco horas, pero nos parecieron incluso más.

Compramos el ticket a la entrada y subimos las escaleras, que nos llevarían hasta donde estaba la famosa estatua. De la barbilla y el codo le colgaban unos nidos de avispas que lo afeaban bastante. El de la cara recordaba irremediablemente a una mal afeitada barba.

Un monje budista se nos acercó y nos contó que por más que quitaran los nidos, al poco volvían a aparecer. Nos guió hasta la parte de lateral de la roca en la que nos encontrábamos, donde había un estanque y unas vistas espectaculares. Unos monos correteaban por la zona.

El cielo estaba cada vez más cubierto y se empezaban a oir truenos a lo lejos. Le dijimos al monje que queríamos seguir camino antes de que llegara la tormenta. Nos preguntó a dónde íbamos y le dijimos que a Anuradhapura y él, muy amable, nos ofreció una habitación para pasar la noche en su monasterio. La oferta era tentadora. La verdad es que nos hubiera encantado quedarnos, son esas cosas las que hacen un auténtico viaje. Pero ya teníamos reservada una noche en Anuradhapura y queríamos empezar al día siguiente temprano con la visita a las ruinas de la ciudad antigua. Así que, con mucha pena, declinamos la oferta y nos dispusimos a recorrer los aproximádamente últimos 50 kilómetros, que nos separaban de nuestro más que merecido descanso.

Llegada a Anuradhapura: ¡por fin pillamos la cama!

Llegamos a nuestro alojamiento justo cuando la tormenta tropical empezaba a descargar su furia. La habitación, aunque muy sencilla, estaba bastante limpia. Teníamos una ranita de mascota en el baño, pero por suerte no había muchos mosquitos. Después de muchas horas de aviones, escalas, lecciones de conducir y kilómetros a lomos de nuestro recién estrenado tuk tuk, íbamos a caer rendidos en la cama.

Nos llevamos un pequeño susto al ver que no teníamos un adaptador que nos sirviera para los enchufes que allí había. Fallo garrafal. Normalmente miramos en internet antes de partir, qué tipo de enchufes y voltaje nos encontraremos (esta web es muy útil para ello: whatplug), pero esta vez se nos había pasado a los dos. Demasiado estrés en el trabajo en las últimas semanas. Por suerte el dueño de la guesthouse tenía uno para prestarnos. Al final, por algo menos de un dólar, se lo compramos. Así nos ahorraríamos tener que andar buscando uno al día siguiente por los supermercados de la zona.

Os dejo los datos de la guesthouse, donde dormimos aquella noche. Pagamos unos 13 dólares por una habitación doble con baño privado, agua caliente y ventilador en el techo. Para un presupuesto tirando a bajo, más que recomendable.

Lake View The Tourist Guest House
E-Mail: lalithlcooray@yahoo.com

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