Palenque, en el estado de Chiapas, es un famoso destino turístico, conocido sobre todo por sus ruinas mayas y su naturaleza exuberante. En mitad de la selva, ya muy cerca de la frontera con Guatemala, es cada vez más popular entre los llamados “mochileros”.
Además de las famosas ruinas de la antigua ciudad maya de Palenque, se pueden visitar otros lugares arqueológicos, cataratas, la Selva Lacandona, etc. Si tenéis suficiente tiempo, es un destino que bien da para varios días.
Mi llegada
A Palenque llegué en un bus desde San Cristóbal de las Casas, también en Chiapas. Por 360 pesos (unos 15 euros) me chupé casi nueve horas de autobús por la ruta de Villahermosa. La ruta directa entre San Cristóbal y Palenque es más corta, pero la carretera ha sido cortada por indígenas en repetidas ocasiones en los últimos meses, por lo que la mayoría de compañías de transporte han optado por la ruta alternativa, algo más larga, pero más segura.
Mi hotel se encontraba fuera de la ciudad, en la zona conocida como “El Panchán”, así que justo enfrente de la estación de autobuses cogí un colectivo (furgoneta que hace las veces de pequeño autobús), que, por 20 pesos (aproximadamente un euro), me dejó en la puerta de mi alojamiento para las próximas cuatro noches.
El hotel
Me alojé en las cabañas Kin Balam. Me di el capricho de reservar una habitación doble con baño privado por unos 20 euros la noche, aunque también tienen dormitorios compartidos de seis camas por mucho menos. Eso sí, los dormitorios son diminutos y no los más confortables que haya visto, así que, si os lo podéis permitir, os recomiendo las habitaciones privadas. Se puede reservar a través de booking.com.
El WiFi funciona genial (yo diría que hasta ahora, el más rápido del viaje) y tienen una encantadora piscina, que viene genial para relajarse un rato después de un duro día de visitas.
Las cabañas se encuentran esparcidas por una amplia zona en mitad de la selva, así que oiréis gritar a los monos aulladores justo sobre vuestras cabezas, veréis sereques delante de vuestra habitación, y, por supuesto, no podréis evitar toparos con insectos de todo tipo. Doy fe. La primera noche se me coló en la habitación una araña enorme. Mi miedo a estos bichos es sólo superado por mi miedo a volar y, tras un intento fallido de acabar con ella, terminé por ir a la recepción a pedir ayuda. Me moría de la vergüenza, pero era eso, o no pegar ojo en toda la noche, sabiendo que allí estaba ella, en un rincón, observándome.
El chico de la recepción parecía acostumbrado a este tipo de actuaciones de emergencia. Según él no era de las más grandes. Pues ¡qué alegría! Me libró de mi inesperada compañera de habitación en un periquete y hasta revisó que no hubiera más. Era tan grande que no cabía por debajo de la puerta, así que, según él, entraría durante la limpieza y llevaría varias horas escondida en algún recoveco… Vamos, muy tranquilizador todo. Este es el precio por dormir en mitad de la jungla… A pesar de este pequeño susto, os lo recomiendo encarecidamente.
Para que os hagáis una idea de lo salvaje del lugar, os dejó unos videos de monos aulladores en los árboles justo al lado de la piscina del hotel. El sonido que emiten es ensordecedor. Espero que se aprecie lo suficiente en las grabaciones.
Excursiones por la zona
Las ruinas de Palenque
La ciudad prehispánica de Palenque alcanzó su mayor esplendor entre los años 615 y 783 d. C. En aquella época su extensión era de aproximadamente 2 km2 y contaba con en torno a ocho mil habitantes, lo que la convertían en una de las ciudades más densamente pobladas de Mesoamérica (cuatro personas por metro cuadrado).
La ciudad fue abandonada a finales del siglo VIII y permaneció oculta en la selva hasta su redescubrimiento por parte de los españoles en el siglo XVIII.
Se trata de uno de los restos arqueológicos mayas más impresionantes. Se cree que sólo en torno a un 2% de la antigua ciudad ha sido encontrado, por lo que aún permanecerían más de mil estructuras ocultas en la selva, esperando a ser descubiertas.
Desde 1981, Palenque es considerado Parque Nacional y, en 1987, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Ésta es una visita que se realiza muy fácilmente por vuestra cuenta. Los colectivos que parten de la plaza que hay enfrente de la estación de autobuses, donde hay una enorme cabeza maya, pasan por El Panchán y continúan hacia la zona arqueológica. Pasan cada 10 minutos aproximadamente y cada trayecto cuesta 20 pesos.
Para acceder al Parque Nacional deberéis pagar una tasa de 30 pesos. El brazalete que os colocarán es válido por cinco días, así que tendréis que conservarlo si pensáis visitar las ruinas varios días. Además, tendréis que pagar la entrada (70 pesos) a las ruinas propiamente dichas.
Lo primero que os encontraréis al entrar al recinto es el Corredor Funerario, uno de los complejos funerarios más importantes del área maya. Los personajes aquí enterrados fueron acompañados de lujosas piezas de jade, pedernal, concha y cerámica.
Al fondo, destaca el Templo de las Inscripciones. Este edificio debe su nombre a tres tableros empotrados en sus muros, con extensas inscripciones glíficas. Fue diseñado para contener la tumba de K’inich Janaab’ Pakal, muerto en el año 683.
Se trata, probablemente, del edificio más reconocible de todo el complejo arqueológico.
La sociedad maya estaba dividida en dos estratos: nobleza y gente común. Desde el nacimiento, y de acuerdo con la familia de origen, se pertenecía a uno de estos dos estratos. La nobleza estaba formada por familias, organizadas en linajes, considerados sagrados. Únicamente los miembros de la nobleza podían ser artesanos especializados, jefes guerreros, escribas y dirigir ceremonias religiosas. La gente común también estaba organizada en linajes, aunque sin origen divino y, además de trabajar para su propia subsistencia, debía pagar un tributo al linaje gobernante. Este tributo podía ser en especies (alimento, armas, utensilios, etc.) o en trabajo, lo que permitió la construcción de los grandes edificios de la ciudad y la organización de grandes campañas militares.
Un poco más adelante, os encontraréis con El Palacio, residencia del linaje gobernante desde donde se ejercía el control político-administrativo.
Entre sus pasillos y patios, aún es posible encontrar restos de mascarones de estuco y algunos bajorrelieves.
La torre fue erigida en el siglo VIII, bajo los gobiernos de K’inich Ahkal Mo’Nahb III (721-736 d. C.) y su hijo K’inich K’uk’ Balam II (hacia el 783 d. C.). Es una construcción única en el área maya y, aunque no sabe con certeza cuál era su función, se cree que pudo ser usada para hacer mediciones astronómicas durante los solsticios y equinoccios.
En esta zona central de la ciudad se encuentran también el juego de pelota y la mayor parte de plazas y espacios abiertos. Se cree que aquí se reunía a la población durante las festividades religiosas y eventos importantes, como las ceremonias de ascenso al trono y la presentación del heredero.
Por un pequeño camino y unas escaleras, llegué al Conjunto de las Cruces, una plaza central con tres templos a sus costados.
Desde la parte más alta de los mismos, se tienen unas vistas espectaculares de las ruinas y de la selva circundante.
Continué mi visita visitando algunas ruinas menores y bajorrelieves interesantes.
Me llamaron la atención algunas de las plantas de la zona.
También hay ruinas de complejos residenciales, pertenecientes a familias de diferentes rangos sociales.
El camino me llevó hasta un precioso riachuelo, con un atractivo puente colgante y una espectacular cascada.
El ticket de entrada a las ruinas incluye la visita al museo, a pocos metros de la salida. Me gustaron especialmente algunas de las máscaras y bajorrelieves que estaban expuestos.
Al salir del museo, me encontré con una procesión de hormigas cortadoras de hojas. Tenía ante mí una imagen de documental super curiosa. Os pongo un video que grabé.
Para volver al hotel, paré en mitad de la carretera un colectivo que iba dirección a la ciudad y le pedí al conductor que me dejara justo frente al hotel. Por 20 pesos me ahorré andar un buen trecho.
Yaxchilán y Bonampak
En cualquier agencia del pueblo e incluso en la que hay en El Panchán (al lado del restaurante Don Mucho’s, super recomendable, por cierto), podréis reservar este tour. Los precios oscilan entre los 750 y los 1200 pesos. Muchas agencias juntan a sus clientes en una sola furgoneta, por lo que da igual con cuál reservéis porque terminaréis haciendo exactamente la misma excursión. Os recomiendo que elijáis la más barata.
Es un tour muy cansado. Yo salí de Palenque a las 6 de la mañana y estaba de vuelta hacia las 9 de la noche. Ambos recintos arqueológicos se encuentran bastante lejos de Palenque, muy cerca de la frontera con Guatemala, por lo que pasaréis bastantes horas metidos en la furgoneta. Aun así, yo diría que es una excursión que merece la pena.
El tour incluye un desayuno que no está nada mal: huevos revueltos con jamón, frijoles, arroz, pan, mermelada y fruta. Había un precioso gatito blanco y negro que se comió gran parte de mis huevos revueltos. No puedo evitarlo, los mininos son mi debilidad.
Tras el desayuno, nos dirigimos en primer lugar a Yaxchilán, unas ruinas perdidas completamente en mitad de la selva. Para llegar a ellas hay que navegar alrededor de 45 minutos en lancha por el río Usumacinta, el más caudaloso de México y que hace de frontera natural con Guatemala. La furgoneta nos dejó en el embarcadero y montamos en las lanchas.
El trayecto es muy bonito, de un lado Guatemala, del otro México. Ambas orillas cubiertas completamente de espesa selva y de un intenso color verde. En algunos árboles pudimos ver monos araña jugueteando entre las ramas.
Poco antes de llegar, ya se pueden apreciar algunas ruinas mayas desde el propio río.
Para acceder al recinto hay que pasar por el llamado “laberinto”, un conjunto de pasadizos oscuros y llenos de murciélagos y enormes arañas que pretendía simular el inframundo.
Yo, aracnofóbica sin remedio, lo pasé bastante mal. A la vuelta y, tras preguntar al guía, tomé un camino alternativo.
A la salida del “inframundo”, nos recibe la gran plaza, con unas vistas impresionantes. Un grupo de ruinas en diferentes estados de conservación y algunas ceibas (el árbol de la vida) forman el conjunto.
Ascendimos por unas larguísimas escaleras a la Acrópolis.
En este edificio destacan los dinteles esculpidos sobre las puertas de entrada, muy bien conservados, por cierto.
Una vez finalizada la visita, volvimos con la lancha al punto de partida. De allí, nos llevaron a comer a un restaurante. La comida también estaba incluida en el precio del tour. Había varias opciones (carne, pollo, pescado o vegetariana) y estaba bastante bien. Las bebidas se pagan aparte.
Después de la comida, nos encaminamos a Bonampak, que en maya significa “muros pintados”, ya veréis por qué.
En esta zona habitan los Lacandones, un grupo indígena del tronco maya. Los hombres se visten con largas túnicas blancas, mientras que las de las mujeres son muy coloridas. Los niños también siguen esta antigua tradición.
Llegamos a una gran plaza en la que destaca una gran pirámide.
Subimos los irregulares escalones para visitar algunas de sus edificaciones, famosas por albergar algunos de los frescos mayas mejor conservados.
Estas pinturas tienen alrededor de 1200 años. Es increíble que aún podamos admirarlos.
Las vistas desde lo alto de la pirámide también son dignas de mención.
Emprendimos el camino de vuelta, muy satisfechos con todo lo vivido, cuando ya comenzaba a atardecer.
Cascadas de Misol-Ha y Agua Azul
Otra de las excursiones típicas, tanto desde Palenque como desde San Cristóbal de las Casas, también en Chiapas. Cualquier agencia de la ciudad ofrece este tour. Se trata de una excursión de medio día y los precios oscilan entre los 200 y los 400 pesos. Al igual que pasa con otros tours, las agencias juntan a los clientes en una misma furgoneta para alcanzar el número mínimo de pasajeros, así que reservad con la que os haga el mejor precio. La excursión va a ser exactamente la misma.
En poco más de media hora llegamos a Misol-Ha. Como una imagen vale más que mil palabras, os pongo una foto.
Se puede pasar por detrás de la cascada para llegar a una cueva, cuya entrada no está incluida en el tour (cuesta 10 pesos adicionales, que podréis pagar a la entrada de la gruta).
Tras alrededor de una hora de trayecto con la furgoneta, llegamos a las Cascadas de Agua Azul. El característico color que les da nombre se debe a que la roca calcárea del lecho del río está compuesta principalmente de carbonato de calcio e hidróxido de magnesio y cuando la luz penetra en el agua, ésta filtra todos los colores menos el azul, que llega al fondo y se refleja de nuevo a la superficie.
Si queréis verlas en su máximo apogeo, deberíais visitarlas entre marzo y mayo, coincidiendo con la época de menor caudal del río. Es en esos meses cuando el agua hace gala de su famoso color azul. El resto del año, las veréis entre color café (sobre todo si ha llovido recientemente) y verdoso.
La temporada de lluvias debería haber terminado, pero este año se está alargando algo más de lo habitual. Algunos viajeros que las habían visitado recientemente me avisaron de que las cascadas lucían un feo color marrón, por lo que fui con las expectativas muy bajas. Sin embargo, la suerte me sonrió. Hacía un par de días que no llovía y el color había cambiado a un bonito verde.
Un camino paralelo al río permite visitar las diferentes pozas y cascadas.
Desde el mirador tendréis una mejor perspectiva de todo el paisaje.
Hay varios senderos que llevan a diferentes secciones del río. En algunas está permitido el baño, aunque el día estaba un poco gris, por lo que yo no me animé.
Si queréis llegar hasta el nacimiento del río, tendréis que contratar los servicios de un guía autorizado. Yo no quise ya gastar más dinero, por lo que no os puedo decir si merece la pena o no.
A pesar de no ser la mejor época, es un paisaje que me encantó, así que supongo que en primavera deber ser sencillamente increíble.
Me encanta!!!
Me alegro mucho, guapa. Un beso.