San Francisco, y no el de California

Hoy tocaba dejar Puerto Vallarta y cambiar de estado, más concretamente del de Jalisco al de Nayarit. Mi destino era San Pancho, en la Riviera Nayarit. Bueno, en realidad el pueblo se llama San Francisco (sí, como el de California), pero todo el mundo lo llama San Pancho. De hecho, si preguntáis por San Francisco, los locales os mirarán extrañados sin saber ni qué decir.

A pesar de la poca distancia que me separaba de mi destino (apenas 50 kilómetros), completar el trayecto me llevaría unas tres horas, con cambio de transporte incluido.

El día anterior pregunté al recepcionista de mi hotel cómo podría llegar hasta allí en transporte público. Muy amablemente me explicó que debía coger primero un camión que me llevaría hasta las afueras de la ciudad y allí, cambiar a otro camión que me dejaría en la carretera principal del estado, justo a la entrada del pequeño pueblo de San Pancho. Cuando me habló de camiones, ya me veía viajando, cuál ganado, en la parte trasera de un auténtico camión. Luego comprendería que por esta zona del mundo a los autobuses los llaman camiones. Cosas del idioma, que darían para un post entero (quizás un día me anime a escribirlo).

Durante el viaje no pararon de subir vendedores de helados, snacks, bebidas, mariachis… Vamos, que fue un viaje bien entretenido. Pregunté a la chica que iba sentada delante de mí y me avisó de que mi parada era la siguiente.

Efectivamente, el “camión” me dejó en la carretera, al lado de una gasolinera y en mitad de la nada. Al pueblo se llega por un camino a medio asfaltar. Por suerte, mi hostel no está muy lejos de allí. El calor y la humedad eran realmente agobiantes y cargar con la mochila bajo el sol del mediodía fue el colofón. ¡Menuda sudada me pegué!

El hostel era muy básico, pero fue lo más barato que encontré por la zona. Por 220 pesos la noche (menos de diez euros) no se puede pedir más. En realidad, ésta era sólo una parada casi inivitable para, al día siguiente, unirme a uno de los muchos tours que salen hacia las Islas Marietas desde Punta de Mita, muy cerca de San Pancho. Ya colgué algunas fotos en el post sobre mi “celebración” de cumpleaños.

La zona del dormitorio es semi-abierta, por lo que por la noche se llena de mosquitos. Os recomiendo llevar mosquitera. Yo no tenía y aún estoy sufriendo las consecuencias. En esta zona no hay aire acondicionado, pero os proporcionarán un pequeño ventilador (necesario si queréis pegar ojo). Los aseos y las duchas están en el jardín y decentemente limpios. Además, hay una cocina y una zona común con WiFi, que podréis utilizar. Oí, que por algo más de dinero, también tienen habitaciones privadas con aire acondicionado. Os dejo el link a su web y su E-Mail, por si os pudiera interesar.

San Pancho es muy pequeño, poco más que una calle principal llena de restaurantes, bares y tiendas. Al final de la calle está la playa, donde encontraréis varios restaurantes donde poder comer pescado y mariscos de la zona.

Al encontrarnos aún hacia el final de la temporada baja, muchos comercios y restaurantes estaban cerrados, por lo que el pueblo daba la sensación de estar un poco vacío. En estas fechas muchos establecimientos aprovechan para hacer reformas, pintar, etc. Pero en temporada alta, por lo visto, el pueblo revive y se llena de turistas, sobre todo canadienses y de Estados Unidos.

Es una zona eminentemente surfera. Aunque, por lo que yo pude apreciar, la playa era perfectamente apta para el baño. Sayulita, el pueblo vecino, es mucho más famoso y tiene más ambiente, pero es también bastante más caro.

La playa es preciosa. Por ser temporada baja, no había apenas gente. En las fotos veréis algunas hamacas y sombrillas y un par de personas.

Simplemente alejándome unos metros, me encontré con una paradisíaca playa para mí sola.

Caminando hacia el otro lado de la playa, me topé con un enorme grupo de grandes aves negras como el tizón.

Eran zopilotes, una especie de buitre negro que habita gran parte del continente americano. Era la primera vez en mi vida que los veía y, la verdad, tienen una presencia imponente.

Hice fotos, paseé, me tiré al sol a vegetar y a la vuelta, paré a comer en “La Toscana”, un restaurante italiano, que me había recomendado el chico de la recepción. El cocinero es de Italia y las pizzas que prepara son famosas en toda la zona. Por desgracia, la pizza más pequeña que vendían era demasiado grande para una persona sola. Pero la pasta no defrauda. Si pasáis por San Pancho no dudéis en venir a comer. Como todo aquí, está en la calle principal (hacia la mitad), así que no tiene pérdida.

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