Todo el que visita el Parque Nacional Yala tiene un objetivo principal: encontrar al esquivo leopardo. No es nada fácil, por cierto. Teníamos dos días completos por delante para intentarlo, ¿nos sonreiría la suerte?
No hay mucho más que decir. Estuvimos dos días totalmente inmersos en la naturaleza, así que esta entrada va a ser mayoritariamente fotográfica. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, ¿no?
En el precio del safari (ya conté nuestra pequeña odisea en el post anterior) estaban incluidos el desayuno, la comida y toda el agua que necesitáramos, así como las entradas al parque.
El desayuno lo proporcionaba el alojamiento y no fue nada del otro mundo. Unos sándwiches de mermelada, un huevo duro, unos plátanos y un zumo. Se le podría dar un aprobado raspado.
La comida, preparada por la madre del conductor del jeep, fue deliciosa ambos días. Había un montón de cosas: arroz, lentejas, patatas, pollo y verduras. Todo muy picantito y riquísimo. No sobró nada ninguno de los dos días y eso que las cantidades eran generosas. De postre había piña y sandía. Se me hace la boca agua sólo de recordarlo.
El primer día tuvimos todo el jeep para nosotros solos. El segundo lo compartimos con una pareja de alemanes. Los laterales del jeep son abiertos, pero tenéis un techo que os dé sombra. Aun así, hacia el mediodía el calor aprieta de lo lindo. Hay un par de zonas con baños, pero no os preocupéis que casi todo lo que bebáis, lo sudaréis.
Todavía de noche, se sale en jeep hacia la puerta del parque, a más o menos una hora de camino desde Tissa. Allí se juntan todos los jeeps, los guías compran las entradas y todos esperan hasta el amanecer, cuando abre el parque.
Las mejores horas para buscar al lindo gatito son las más frescas, al amanecer y al atardecer. En las horas de más calor, suelen buscar una sombra para echarse la siesta, reduciendo mucho así las posibilidades de ser visto.
Vimos muchas aves, de todos los colores, tamaños y formas.
En un safari hay que agudizar la vista, no todo son, ni mucho menos, animales grandes. Hay que fijarse en las pequeñas cosas.
En un pequeño claro del bosque nos topamos con una familia de jabalíes. Ya habíamos localizado su almuerzo, ¿andaría cerca el leopardo?
Entre la espesa vegetación de alguna de las zonas del parque, conseguimos ver algunos elefantes. Parece mentira que puedan pasar casi desapercibidos, con lo grandes que son.
También vimos algunos ciervos moteados y ciervos sambar.
Y como no, no podían faltar los omnipresentes langures.
Cada vez que nos cruzábamos con otro jeep, los conductores se preguntaban mutuamente por el ansiado felino. Por ahora nadie estaba teniendo suerte, se nos resistía el minino.
Tras dar muchas vueltas, buscando y buscando, llegamos a lo que yo denominé el “Buffalo Spa”. Creo que, viendo las fotos, sobran las palabras.
En otra charca vimos varios cocodrilos gigantescos. Aquí, evidentemente, no había ni rastro de los relajados búfalos de antes. Saben dónde bañarse, y dónde no.
Un elefante también aprovechó para darse un refrescante baño. Con su tamaño, no tenía nada que temer. La naturaleza tiene una jerarquía muy bien establecida.
Para comer, elegimos la zona de la playa del parque. Es una playa preciosa, aunque no apta para el baño, debido al fuerte oleaje y las traicioneras corrientes.
Justo antes de irnos de la zona de la comida, en nuestro primer día, otro conductor le dijo al nuestro que habían visto a un leopardo hacía poco tiempo. Salimos zumbando para la zona del avistamiento, deseando que siguiera por la zona. Cuando llegamos, vimos que ya había unos cuantos jeeps por allí. No era mala señal. El gato andaba cerca, sin duda.
Estuvimos allí un buen rato parados, observando a ambos lados del camino, pero la hierba estaba alta y no era nada fácil divisar algo. Los guías escuchaban las posibles señales de alerta de otros animales, como los monos, que podrían ayudarles a localizar al depredador. Nada, todo en calma.
Al final, alguien, con unos prismáticos lo encontró. ¡Estaba allí!, justo delante de nosotros, a escasos 30 metros. Como era de esperar, se encontraba dormitando bajo un árbol. El que tenga un felino como mascota, como es nuestro caso, sabrá que así se pueden pasar el día entero. Pasamos bastante tiempo allí, esperando a ver si se dignaba a salir de su guarida, pero nada. De vez en cuando cambiaba de postura, enseñándonos una pata o el rabo. Apenas era visible entre las hierbas altas y doradas. Estaba perfectamente camuflado. Os dejo una foto, a ver si sois capaces de ver la silueta del gatito.
Algo frustrados, continuamos con el safari. No todo son animales en esta actividad, los paisajes en las zonas más abiertas, son también espectaculares.
No tuvimos más encuentros con el leopardo, hasta casi el final del segundo día. De nuevo el conductor de otro jeep nos dio el aviso. Estaba, como cabía esperar, durmiendo, en un saliente en una roca.
Tuvimos suerte de poder verlo, aunque fuera de refilón. Al poco de llegar al lugar, comenzó a llover de manera torrencial, y el gato, molesto, se levantó y se refugió en una especie de cueva cercana. Ya se sabe, los mininos no son muy amigos del agua.
Con ello, dimos por finalizada nuestra visita a Yala. Aunque no habíamos tenido mucha suerte con la búsqueda del leopardo, no nos podemos quejar, al menos lo vimos. Lo mejor es ir con pocas expectativas y disfrutaréis mucho más de la visita. Si vais con la única idea de ver leopardos, quizás os llevéis un chasco. Hay muchos otros animales, plantas y paisajes que disfrutar en Yala.
De camino a Tissa nos cayó el diluvio universal. Por lo que nos dijeron acababa de comenzar el monzón. La carretera se inundó por completo. En vez de en jeep, a ratos parecía que íbamos en barco. Al llegar al pueblo, la gente corría a refugiarse. En algunos edificios con escaleras exteriores, se habían formado auténticas cascadas. Cuando llegamos al hotel y nos bajamos del jeep, descubrimos que el agua nos llegaba a mitad de las pantorrillas. En los, como máximo, diez segundos que tardamos en llegar desde el jeep hasta el porche del hotel (no había ni diez metros), nos empapamos de arriba a abajo. Nunca antes habíamos visto llover así. Una experiencia más. Sólo esperábamos que el monzón, que este año se había adelantado un poco, no nos arruinara el resto del viaje.