Las ruinas de Polonnaruwa

Una visita al triángulo cultural quedaría incompleta sin conocer la antigua capital de Polonnaruwa y ése era precisamente el plan de hoy. Esa mañana dejamos que se nos pegaran las sábanas algo más de lo habitual. Desde que salimos de casa no nos habíamos permitido tal lujo y ya iba tocando. Nos levantamos con calma, nos preparamos y cogimos el cacharro. Ya lo dije en el post de introducción a este viaje, pero lo repito: ¡hay que ver lo cómodo que es moverse en tuk tuk por este país!

Recorrimos los 50 kilómetros que separan Polonnaruwa de Habarana en aproximadamente una hora y media. Sí, el cacharro no es muy rápido que digamos, pero tiene su encanto.

Un poco de historia

Tras la invasión india de la, hasta entonces capital, Anuradhapura, las fuerzas cingalesas se vieron obligadas a retirarse hacia el sur. Así fue como Polonnaruwa pasó a ser la nueva capital del imperio.

La ciudad alcanzó su mayor esplendor en el siglo XII, durante el reinado de Parakramabahu I. La mayor parte de los restos que podemos admirar hoy en día datan de aquella época.

Pero los invasores indios no tardaron en hacer su camino hasta Polonnaruwa. Tan sólo un siglo después, la capital tuvo que ser abandonada y permaneció oculta por la selva durante siete siglos.

Visitar Polonnaruwa

Sus ruinas están mucho menos dispersas y mejor conservadas que las de Anuradhapura (hay que tener en cuenta que son también de menor antigüedad). Quizás sea ese el motivo por el que se ven muchos más turistas que en la anterior.

Para que os orientéis mejor os dejo un mapa con los principales puntos que visitamos durante ese día.

Comenzamos visitando el Potgul Vihara y la estatua del rey Parakramabahu I, en el punto número 1 del mapa.

Tras un corto paseo por las ruinas de alrededor nos dirigimos a la ciudadela. Visitamos primero los restos de la sala de audiencias (número 2 en el mapa).

En esta zona se encuentra también el museo, donde debéis comprar el ticket de acceso a todas las ruinas de la ciudad. Como para el resto de lugares turísticos de Sri Lanka, su precio (25 dólares) no es nada barato.

Aquí tuve un pequeño susto. Y menos mal que quedo en eso, porque bien podría haber arruinado el resto del viaje. Iba caminando, observando distraída las ruinas que nos rodeaban. De repente, justo a tiempo, vi un enorme escorpión negro a un paso de mí. Al ver que me acercaba peligrosamente, el animal se puso en posición de ataque, y eso fue precisamente lo que me salvó del picotazo. Ese movimiento brusco justo delante de mis narices hizo que pudiera verlo y reaccionar a tiempo.

Justo detrás de nosotros iba un guía con una pareja de turistas que me dijo que me había librado de una buena. Su veneno no era como para matar a un adulto (siempre que no sea alérgico), pero la picadura habría sido dolorosísima.

Terminada la visita a esta zona, fuimos a ver las ruinas del palacio real y los baños de Parakramabahu.

Luego nos dirigimos a una de las zonas arqueológicas más conocidas de Polonnaruwa: el cuadrángulo (número 4 en el mapa).

En este lugar se guardó durante casi 200 años la reliquia del diente de buda. Al morir Buda, su cuerpo fue incinerado. De entre sus cenizas se pudo rescatar el canino izquierdo, el cual llegó hasta Sri Lanka desde La India en el siglo IV a. C. escondido en el peinado de una princesa. Esta reliquia se conservó en Anuradhapura primero y en Polonnaruwa después, hasta su traslado definitivo a Kandy, donde aún hoy se conserva.

Visitamos los diferentes edificios y rincones y quedamos absolutamente maravillados con la arquitectura y los detalles que nos encontramos. El estado de conservación es de los mejores de la isla.

La denominada piedra de luna nos da la entrada a los diferentes edificios religiosos. Se trata de un semicírculo ricamente decorado que veréis muy a menudo en todo el triángulo cultural. Ésta me gustó especialmente.

Hay una gran variedad de cosas interesantes en esta zona: templos, dagobas, estatuas y hasta una pequeña pirámide.

Pasamos bastante tiempo explorando cada rincón. Hoy es el día más caluroso de los que llevamos en la isla y necesitamos sentarnos de vez en cuando a recuperarnos en alguna sombra. Como de costumbre, hay que realizar la mayor parte de las visitas sin zapatillas, y a pesar de que hoy sí llevamos calcetines, el ardor de la piedra traspasa la tela sin problemas.

El siguiente punto en nuestra ruta es el Shiva Devale II (número 5 en el mapa), la estructura en pie más antigua de Polonnaruwa. Su forma me recuerda a alguno de los templos menores de Angkor, en Camboya.

La siguiente en el planning era Rankoth Vihara (punto 6 del mapa), una inmensa estupa de ladrillo rojizo.

Mide 55 metros de altura, y es la cuarta más alta del país, sólo por detrás de las de Anuradhapura. Dimos una vuelta, por supuesto en el sentido de las agujas del reloj como manda el budismo, en completa soledad.

Es lo bueno de tener monumentos tan famosos como el cuadrángulo tan cerca. Muchos turistas, en especial los que viajan con los típicos grupos que van a la carrera todo el santo día, visitan sólo los dos o tres puntos más importantes. En el resto de sitios os encontraréis con muy poca gente.

Cuando dábamos por finalizada la visita a la estupa y nos disponíamos a ir hacia el tuk nos encontramos a un simpático amiguito: una tortuga estrellada.

El caparazón hacía honor a su nombre y era precioso. Estaba tranquilamente pastando en la hierba y, al acercarnos nosotros, se puso lentamente a caminar.

Como habíamos empezado el día bastante tarde (bueno, en honor a la verdad, también nos estábamos tomando las visitas con mucha calma), el tiempo se nos estaba echando un poco encima. Como no queríamos quedarnos sin ver a los famosos budas de Gal Vihara y el atardecer se iba acercando, echamos un vistazo rápido a las ruinas de Lankatilaka, con su enorme, aunque no muy bien conservado buda, y a la estupa de Kiri Vihara (número 7 en el mapa). En cinco minutos ya teníamos aparcado el cacharro en la entrada del recinto de Gal Vihara (el punto número 8 en el mapa). En los jardines pudimos ver monos y hasta algún ciervo.

Las estatuas son impresionantemente bonitas. Las vetas de la roca, la expresión de paz en sus caras, los detalles de sus vestimentas… todo perfectamente tallado en la roca. No hay palabras para describirlo. Mejor dejaré que las fotos hablen por mí.

A pesar de la hora, todavía tuvimos tiempo de hacer una corta parada en el estanque del Lotus (número 9 en el mapa) y en el templo Tivanka Patamaghara (el número 10 del mapa).

Éste último es especialmente recomendable. Su tosca apariencia externa, con su estructura de ladrillo visto, no permite ni imaginarse lo que guarda en su interior. Los frescos de su interior son una verdadera joya. Como la toma de fotografías está prohibida, tendréis que ir vosotros mismos y comprobarlo.

Durante el camino de vuelta a Habarana nos topamos con un enorme elefante en el arcén de la carretera. La iluminación brilla por su ausencia y las luces del tuk tuk son también muy limitadas, así que para cuando quisimos verlo, ya lo teníamos encima. Habíamos visto algunas señales de advertencia por presencia de elefantes, pero no nos las habíamos tomado muy en serio. Por suerte estaba entretenido comiendo de un arbusto, porque si se llega a cabrear, nos vuelca el cacharro de un trompazo.

Cenamos de nuevo muy bien en el Benetha Vella y nos dispusimos a pasar nuestra última noche en Habarana. Mañana será otro día.

2 comentarios

    1. A Myanmar yo le tengo ganas desde hace mucho tiempo, pero por unas cosas o por otras, al final, siempre nos hemos decidido por otros destinos… tiene que ser precioso.

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