Hoy el día pintaba interesante. Nuestro primer destino sería Sigiriya y la meta, subir a la cima de la Roca del León. Por la tarde teníamos un safari contratado con a través de nuestro alojamiento al Parque Nacional de Minneriya. Éste es sin duda el lugar indicado si queréis ver elefantes en libertad. Si además visitáis Sri Lanka durante el verano (especialmente en agosto y septiembre), coincidiréis con miles de estos animales en plena migración a través de este parque. Por desgracia, nuestro viaje tenía lugar en primavera ¿lograríamos toparnos con grandes grupos de paquidermos en nuestro safari?
La Roca del León de Sigiriya
Nos dirigimos al lugar más conocido y característico de Sri Lanka. Ningún viaje a esta isla pasa por alto esta visita, por lo que la concentración de turistas será obviamente mucho mayor. Intentad evitar los fines de semana y festivos para poder disfrutarla con más tranquilidad. Se trata de una fortaleza palaciega construida en lo alto de un promontorio impresionante, de aproximadamente 400 metros de altura. No puedo dejar de preguntarme cómo consiguieron transportar hasta ahí los materiales necesarios para su construcción con los medios disponibles en la época.
Unas garras de león talladas en la propia roca flanquean la entrada a la fortaleza. En su época de mayor esplendor se accedía a un último tramo de escaleras a través de las fauces del animal. Para que os hagáis una idea de cómo debió de ser por aquel entonces, os dejo una postal pintada a mano que compramos unos días después en un templo a las afueras de Kandy.
El recinto abre al público a las siete de la mañana, así que, si queréis hacer el ascenso fuera de las horas de calor infernal, lo mejor es que estéis en las taquillas en el momento de apertura. Eso mismo es lo que nosotros queríamos hacer. Por una vez nos levantamos super temprano sin grandes problemas. Todo con tal de evitar el calorazo del mediodía. Pero nuestro GPS nos tenía preparada una buena jugarreta: en lugar de llevarnos por la carretera principal, nos metió por un camino de cabras, por el cual fuimos saltando a duras penas con el cacharro. Para cuando llegamos a Sigiriya ya estaba bien entrada la mañana. Eso de que «a quien madruga, Dios le ayuda», lo debió de inventar el mismo tonto que dijo aquello de que «el dinero no da la felicidad». Que me dé los millones y madrugue él, que ya me apaño yo para ser feliz.
Las vistas desde abajo de La Roca no dejan indiferente a nadie. La idea de subir hasta la cima ya acongoja.
Aparcamos en el parking habilitado para tuk tuks. Los demás tuktukeros estaban esperando a la sombra de unos árboles a que sus clientes volvieran. Nos miraban extrañados y se reían. Dos guiris conduciendo un tuk tuk sigue siendo una rareza por allí.
La entrada a este lugar, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1982, cuesta 30 dólares (ahí es nada). Tras pasar por caja, tendréis que cruzar los antiguos jardines repletos de estanques para llegar a la base de La Roca, donde os encontraréis con las primeras escaleras.
Si el budismo predica que hay que tratar de evitar todo el sufrimiento innecesario, ¿por qué prácticamente todos los monumentos de este país budista por excelencia se encuentran al final de un trillón de escaleras? La subida es durilla, sobre todo debido al el calor y la humedad. Llevad bastante agua, que no os sobrará.
Hacia la mitad de la subida, llegaréis a unas escaleras de caracol metálicas, que parecen colgar directamente de la roca. Desde luego no son aptas para gente con vértigo. Estas escaleras son el acceso a los famosos frescos del siglo V con imágenes femeninas. No se sabe si son las concubinas del rey o apsaras (ninfas acuáticas de la mitología hindú), los expertos no terminan de ponerse de acuerdo. No está permitido sacar fotos, así que las siguiente tres imágenes son de la Wikipedia.
Subimos un poco más y por fin llegamos a la terraza en la que se encuentran las famosas garras del león que dan nombre al lugar.
Hay carteles que avisan de la presencia de avispan. Se recomienda no hacer mucho ruido en este último tramo, ya que las avispas se pueden volver más agresivas. De hecho, se han producido ataques en el pasado. El día de nuestra visita había muchos escolares montando escándalo y aun así no vimos que pasara nada.
Tras un último repecho de escaleras de vértigo, por fin, llegamos a la cima. No podía haber mejor recompensa. Os dejo un par de fotos para que podáis admirar las increíbles vistas.
Sigiriya siempre tendrá un significado especial para mí, y no sólo por el bonito paisaje. No sé si es muy buena idea airear detalles de mi vida privada por aquí, pero esto no podía guardármelo. Una vez arriba, en las ruinas del palacio, mi chico me pidió matrimonio. Bueno, en realidad teníamos reservada la fecha para el enlace y todo, así que el sí ya lo tenía. Pero desde que decidimos dar el paso, hacía ya algo más de un mes, y hasta ese momento no había dejado de dar la lata con que faltaba una pedida en condiciones. No somos unos románticos al uso. Ni hubo anillo, ni cena cara, ni flores, ni nada que se le parezca. Pero os aseguro que, dos viajeros como nosotros, no podrían imaginar un escenario ni un momento con más romanticismo que aquel.
Estuvimos bastante rato arriba, disfrutando del lugar, quedándonos ensimismados con las vistas. Por desgracia, llegó el momento de bajar ¡con lo que había costado subir!
Antes de ponernos en camino a Habarana, decidimos preguntar a otro tuktukero local para que nos indicara qué camino debíamos tomar. Así fue como confirmamos que había una mejor carretera que el camino de los horrores que nos había llevado hasta allí. Efectivamente, por la carretera correcta no tardamos ni media hora en volver a Habarana.
No teníamos mucho tiempo hasta la hora convenida para empezar nuestro safari, así que decidimos comer algo rápido en un restaurante cercano al hotel (en la misma carretera de salida del pueblo, para ser exactos). En el hotel se come muy bien, pero hay que pedir con tiempo, ya que Neville lo prepara todo él solo al momento. Comimos unos fideos y un nasi goreng buenísimos y de nuevo, muy bien de precio. Por si os interesa era el restaurante del Hotel Maabola, muy recomendable.
Un safari en el Parque Nacional de Minneriya
Cuando llegamos al hotel, el jeep ya nos estaba esperando. Neville lo organizó todo: un jeep con conductor y guía (es obligatorio para acceder al parque) para nosotros solos por 9921 rupias (tickets incluidos). A petición nuestra, paramos de camino en una tienda para comprar más agua. Ya estábamos listos para ir a la «caza» del elefante, con nuestras cámaras por armas, por supuesto.
Ya sabíamos que no era la mejor época, así que no llevábamos unas expectativas demasiado altas. Al final, ver animales en su propio hábitat depende de la suerte, aunque la pericia del guía y del conductor siempre ayuden. Hay que tener claro que un safari no es una visita a un zoológico. Veremos animales sólo si ellos quieren ser vistos.
Al poco de entrar al parque ya vemos los primeros macacos y langures (otra especie de mono muy común en Sri Lanka). Además, nos encontramos algunos ciervos moteados y un sambar (una especie de ciervo que vive en el sureste de Asia). En cuanto llegamos a la zona del embalse de Minneriya empezamos a ver los primeros elefantes a lo lejos.
Al principio sólo alcanzábamos a ver unos pocos, pero según avanzábamos con el jeep cada vez había grupos más grandes.
Vimos algún macho de gigantescos colmillos, familias enteras con crías incluidas, grupos grandes y pequeños. Todo un espectáculo de la naturaleza.
Estuvimos un buen rato entretenidos observando cómo dos machos jóvenes jugueteaban en el embalse. Se lanzaban agua, jugaban a hundir al otro… En el fondo, no somos tan diferentes.
En un recodo del camino nos topamos con un raro espécimen con cinco «patas». Ah no, espera, que va a ser que todo es proporcional al tamaño del animal.
Además de sus protagonistas indiscutibles, este parque tiene otro gran atractivo: el paisaje es espectacular. Una alfombra verde salpicada de colinas y agua por todas partes.
Estamos en uno de los puntos más turísticos del país, por lo que hay bastantes jeeps. Todos coincidimos en las mismas zonas. Está claro que los elefantes aquí son el foco de atención. Por suerte no nos encontramos en temporada alta, supongo que entonces estará mucho más masificado.
Se producen algunos momentos de tensión cuando algún jeep mal situado interrumpe el paso de estos magníficos animales.
Ya os podéis imaginar quien se salió con la suya. Estamos en su territorio y aquí somos nosotros los que estorbamos. Por suerte, aquí mandan ellos.
Somos testigos de la paulatina caída del sol. El safari ha durado alrededor de tres horas, pero nos ha sabido a poco. Al menos, ya no hace tanto calor. Durante el camino de vuelta al hotel hasta conseguimos encontrar la postura para echar alguna que otra cabezada. Al llegar a nuestra «casa lejos de casa», una ducha bien fría, una deliciosa cena y a la cama. No había energía para más.