Empezando a lo grande en Costa Rica: Cahuita

Hoy tocaba cambiar de país: nos despediríamos de Panamá para adentrarnos en ¡Costa Rica!

A este país le tenía especialmente ganas. Había leído tanto sobre su exuberante naturaleza, abundante fauna y había visto tantas fotos por Internet y en revistas de viaje que mis expectativas estaban por las nubes.

Eso normalmente me asusta un poco. Me da miedo llevar unas expectativas tan altas que, por bueno que resulte ser el destino, pueda acabar siendo decepcionante.

Sí, no solo le doy vueltas al mundo, le doy incluso más vueltas a las cosas más random en mi cabeza. Un TOC de libro, vaya.

Si unimos eso, a que viajábamos en diciembre, coincidiendo en parte con las Navidades y las vacaciones de gringos, europeos, etc. iba mentalizada, tanto para disfrutar a tope y flipar con el país, tanto como para encontrarme hordas de turistas en chanclas y calcetines empujándonos para hacer “la foto”.

Dejo a un lado todos mis escenarios imaginados a un lado. Seguid leyéndome si queréis saber cómo fue el viaje real.

El shuttle

Habíamos organizado un shuttle directamente con nuestro siguiente alojamiento, el cual, por lo que veo ha dejado de existir (una lástima, porque estaba bastante bien para el precio que tenía).

Después de dejar el Cala Luna, anduvimos hasta el muelle y cogimos el ferry hasta Almirante. Allí mismo, al salir de la caseta del ferry, nos esperaba un señor con un cartel con mi nombre.

En un cómodo coche, llegamos directamente al Hotel Aban, nuestro alojamiento para las próximas tres noches en Puerto Viejo de Talamanca. Solo hicimos una brevísima parada en el puesto fronterizo de Sixaola. Primero en el lado panameño para sellar oficialmente nuestra salida (al sello de entrada del archipiélago de San Blas le dieron mil vueltas antes de dar el visto bueno… Supongo que no es un punto de entrada demasiado habitual). Luego, una muy rápida parada en el lado tico, sello de entrada y ¡listo!

No doy más detalles del hotel, porque, como ya he mencionado, ya no parece estar en activo y no quiero dejaros con los dientes largos.

Salimos de Bocas sobre las 12 del mediodía y llegamos al hotel sobre las 3 de la tarde, para que os hagáis una idea de los tiempos.

Primera toma de contacto con el país

Esa tarde la aprovechamos para cambiar algo de dinero y hacer algunas compras. Se nos había terminado la crema del sol y encontramos la misma marca (tengo piel atópica y experimentar con ungüentos nuevos en pleno viaje no suele ser una buena idea). También nos hicimos con unas zapatillas para el agua que necesitaríamos próximamente y que estaban bien de precio y, como de costumbre, al llegar a un país nuevo: compramos e instalamos una nueva tarjeta SIM para el móvil.

En esta ocasión fue algo más complicado que en otros países. Nos exigían una tarjeta de identidad del país, no nos dejaba registrarnos… Al final una amable mujer nos facilitó todo el proceso, con varios SMS y llamadas de por medio, hasta devolvernos el móvil con los datos y las llamadas funcionando a la perfección. ¡Qué gusto da encontrarse con gente tan maja y tan dispuesta a ayudar! Y eso que le robamos por lo menos 10 preciosos minutos de su tiempo. No sé ni cuántas veces le dimos las gracias.

Dimos una pequeña vuelta por el pueblo hasta llegar a la playa, donde había un barco encallado.

Atardecía y algunos lugareños se estaban pegando el último chapuzón del día.

Justo al caer el sol, buscamos una mesa en una soda cercana para cenar. Las sodas son restaurantes pequeñitos, que suelen servir platos tradicionales y comida casera por un precio bastante ajustado. Cenamos muy bien, con bebidas y todo por unos 5000 colones (menos de 9 euros). Esta sería nuestra primera soda, pero se volverían habituales en nuestra estancia en Costa Rica, eso seguro.

Al terminar, nos dirigimos directamente al hotel para descansar. Al día siguiente empezaríamos a meternos de lleno en la naturaleza costarricense.

Parque Nacional Cahuita

No madrugamos demasiado y lo primero que hicimos fue asomarnos a la ventana para comprobar el tiempo que hacía. Seguíamos con la tónica de los últimos días. Desde Bocas del Toro la lluvia no nos abandonaba. Hoy no diluviaba, pero el cielo estaba bastante oscuro.

Preparamos todo (incluidos los chubasqueros y fundas para las mochilas) y nos fuimos hacia la parada de autobús para ir al Parque Nacional Cahuita. Os dejo un mapa de Puerto Viejo para que lo localicéis.

Es posible que haya más paradas, así que, si queréis aseguraros, preguntad en vuestro alojamiento o en cualquier tienda o restaurante. Todo el mundo sabe dónde para el bus, ya que Cahuita es un must de la zona.

En aquel momento (2017) pagamos por el billete de ida y vuelta 1520 colones costarricenses (aprox. 2.70 euros). Supongo que, como por desgracia en todas partes, aquí también habrán subido los precios. Sobre todo, tened en cuenta que Costa Rica es un país caro. He llegado a oír que la llaman la “Suiza de Centroamérica” y no creo que lo digan solo por ser uno de los países más seguros de la zona. Los precios también se le dan un aire.

Al llegar nos recibe una caseta con información básica del parque y una grata sorpresa: no hay que pagar la entrada. Si quieres, puedes dejar una donación. Nosotros dejamos 1000 colones los dos (alrededor de 2 euros). No es mucho, pero no cogimos guía y cuando estás viajando durante meses, a veces hay que ser un poco “ratas”. Así es la vida del viajero no millonario.

Nada más salir de la caseta de entrada, nos encontramos al primer habitante del parque: una gigantesca iguana nos daba la bienvenida desde una rama de un árbol. Empezábamos bien.

Mira que yo había visto un montón de iguanas en México, en sitios como Uxmal o Tulum, pero nunca una tan grande y encima de un amarillo tan intenso. Era, de verdad, impresionante.

Nos adentramos en el parque y poco después empezamos a ver más fauna. Esta vez, mapaches.

Escarban por el suelo buscando frutos caídos, insectos, gusanos y todo lo que se puedan llevar a la boca. Como todo está muy mojado por la lluvia de los últimos días, se les queda la arena pegada en la nariz y hocico. ¡Son tan graciosos!

Otros trepan por los árboles todo a nuestro alrededor. Estaban por todas partes, nos sentíamos rodeados.

Después de un buen rato observándolos y fotografiándolos, seguimos caminando por el parque.

Los que me seguís desde hace un tiempo, ya sabéis que me gusta fijarme en los detalles. Mirad que cangrejo ermitaño más mono me encontré entre las hojas secas caídas por el suelo.

Un poco más adelante llegamos a una zona plagada de monos aulladores. ¡La de recuerdos de mi visita a Palenque, México, que se me vinieron a la mente!

Parece que las diferentes especies se reparten el territorio y no se mezclan mucho. Pasábamos de una zona a otra casi como si de un parque temático se tratara. Me resultó muy curioso.

Aquí el estruendo era inconfundible. No hace falta ser un as para localizar a los aulladores. Se hacen notar. Podéis ver un video que les hice en la Selva Lacandona de México y veréis que discretos precisamente no son.

Los monos aulladores que había visto hasta ahora eran siempre completamente negros. De estos me sorprendió que algunos tenían una especie de “peluquín” de color rojizo por el lomo. No tengo ni idea de por qué.

Y atención a los testículos color blanco nuclear que lucen. Imposible no fijarse. Lo siento, pero tenía que mencionarlos.

Y mirando y mirando hacia las copas de los árboles, entre tanto mono aullador, de repente ¿qué descubro? La inconfundible figura de un “coco gigante mojado”: ¡Un perezoso!

En este caso de tres dedos, aunque estaba completamente hecho un ovillo y era difícil de distinguir. Si queréis recordar las dos especies de perezosos que se pueden encontrar en la zona, podéis leer mi anterior entrada sobre Bocas del Toro, Panamá. Justo al final os cuento un poco sobre el tema.

Llegamos a una zona abierta, donde se debería de poder cruzar la desembocadura de lo que normalmente sería un pequeño río. El camino continuaría justo en la otra orilla. Sin embargo, las últimas lluvias han hecho que crezca bastante el caudal y que arrastre ramas y otros objetos. Imposible cruzarlo. Allí había una ranger del parque que nos avisó del evidente peligro y obligaba a todos los visitantes a dar media vuelta.

Nos fijamos bien y el destrozo producido por el temporal era notorio. La playa estaba había prácticamente desaparecido y había muchas palmeras y árboles caídos. Daba un poco de pena.

Nos quedamos haciendo unas fotos del paisaje y cuando estábamos a solas cerca de la ranger, esta se nos acercó y nos chivó dónde ver un animalito más. Si no nos lo llega a decir, jamás lo hubiéramos visto. Alucinamos y le dimos mil veces las gracias.

Era una mamá-perezoso (de dos dedos esta vez) con su bebé abrazadito. Preciosa estampa.

Retomamos el camino de vuelta. Era una ruta lineal por lo que teníamos que volver sobre nuestros pasos. El camino en sí es precioso y muy agradable para pasear, parecido a un túnel de frondosa vegetación de lo más pintoresco.

Nos cayeron un par de chaparrones pequeñitos, pero con tanto árbol, la verdad es que apenas nos mojamos.

Vimos algún mapache más e intuimos algún que otro “coco mojado” a lo lejos en las copas de los árboles. Difícil, por no decir imposible, de fotografiar.

Ya llegando hacia el final, nos topamos con un par de ardillas. Me encantan estos animalillos. ¡Son tan fotogénicas!

Echamos un último vistazo al mar, ya más tranquilo que días atrás y, con esto, dimos por finalizada la visita al parque.

Para ser el primer contacto con Costa Rica, no había estado nada mal. Y esto solo era un pequeño anticipo de lo que nos esperaba las próximas semanas. Pero eso ya os lo sigo contando en próximos artículos.

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