Bocas del Toro, Panamá

Decidido: nos íbamos hacia Bocas del Toro. Ya llevábamos casi una semana en Ciudad de Panamá, habíamos visto lo que creíamos fundamental y habíamos hecho temblar un poco-bastante las tarjetas con algunas compras. Definitivamente, estábamos listos para partir.

En una de nuestras visitas al Albrook Mall, nos acercamos a la estación de autobuses de Albrook (literalmente al lado) para comprar los billetes para nuestro destino.

Llevábamos ya unos días de tiempo regulero, de ahí que nos refugiáramos un par de veces en un centro comercial (nada que ver con el consumismo, ejem). La cosa no pintaba mejor para los próximos días. Aunque nuestro plan era subir hacia el norte hasta el archipiélago de Bocas de Toro, el tiempo que pronosticaban era absolutamente miserable.

Una de las recepcionistas de nuestro hostel nos recomendó cambiar de planes y dirigirnos a alguna otra zona de la costa del Pacífico. También daban lluvia para la siguiente semana, pero parecía que algo menos.

Al final, como después de esos días de playa, teníamos pensado continuar el viaje hacia Costa Rica, Bocas del Toro era la mejor opción, aunque solo fuera por cercanía. Al fin y al cabo, los pronósticos fallan. Cruzamos los dedos y decidimos arriesgarnos.

En la propia estación de Albrook compramos billetes para un bus nocturno hacia Almirante que salía a las 21:00 por 28 USD por persona.

El viaje

Fuimos a recoger nuestras cosas al hostel y nos mentalizamos para pasar “unas cuantas” horas en el bus. No es del todo incómodo, los asientos se reclinan un poco. El problema fue el frío. Que fuera estuviera cayendo el diluvio universal, las temperaturas no fueras muy altas y la condensación de las ventanas hiciera que acabases mojada de un lado entero, no les hizo recalcular la temperatura del aire acondicionado. Por desgracia, esto es algo habitual en muchos países de clima tropical o cálido. Nunca lo entenderé. Mi consejo: abrigaos bien y llevad una manta si la tenéis.

Un rato después de la salida, hicimos una parada para cenar algo. No encontramos nada que tuviera demasiada buena pinta y, como una diarrea con tan largo viaje por delante no nos seducía, nos olvidamos de la comida y dimos una vuelta por unos puestecillos que vendían diferentes cosas. Al final compramos una batería externa, que nos vendría muy bien para no quedarnos sin móviles durante este y próximos desplazamientos (benditas series, películas, juegos, etc.). Una visita al baño, de pago, eso sí, y de vuelta al bus.

Llegamos bien temprano a Almirante, pero aún teníamos que llegar hasta el embarcadero. Cogimos un taxi hasta allí por dos dólares ya que diluviaba y, aunque el paseíto era corto, no apetecía demasiado comenzar el día mojados y aun adormecidos. Era tan temprano que a~un tuvimos que esperar un buen rato en el embarcadero. Menos mal que había un pequeño edificio muy básico que nos mantuvo a cubierto de la lluvia. Creo que hasta alguna cabezada cayó (vigilando las mochilas, con un ojo abierto y el otro cerrado).

El viaje en barco fue muy movido. Además de la lluvia, la mar estaba muy agitada. Por suerte, el trayecto no es muy largo y no nos dio tiempo a marearnos. Pero no dejaba de entrar agua entre las cortinas transparentes de plástico y el barco en sí. El agua corría por entre nuestros pies y yo no podía dejar de pensar en las mochilas apiladas al fondo de la embarcación.

El alojamiento

Llegamos con todo seco de milagro. Aún era muy temprano y decidimos caminar hasta nuestro alojamiento, el Hotel Cala Luna, pues en la isla todo queda cerca, no sin antes colocar las fundas de lluvia a las mochilas.

Llamamos al timbre y nada. ¡Genial! Nos resignamos y nos medio-resguardamos como pudimos bajo un tejadillo a esperar sentados en nuestras mochilas hasta que alguien se decidiera a levantarse de la cama. Era fallo nuestro, en realidad, ya que no les habíamos avisado de la hora de llegada. Nota mental (bueno y por escrito aquí en el blog) para la próxima vez que lleguemos a horas intempestivas: avisar siempre de la hora de llegada. De todo error se aprende algo.

Esperamos algo más de una hora, cuando un amable señor, nos abrió la puerta (yujui?!). Era Alberto, el propietario.

Habíamos reservado una habitación doble con baño privado, WiFi y neverita para las siguientes 4 noches por 180 dólares. Teníamos pensado realizar varias excursiones (Cayo Zapatilla, Playa Estrellas, ver delfines, Bastimentos, etc.), pero todo dependería de cómo evolucionara el clima. Pasase lo que pasase, era una alegría tener una buena habitación donde estar a gusto si la lluvia no permitía hacer mucho más.

Además, en la planta baja, Alberto, el dueño, también regenta un pequeño restaurante/pizzería. No os vayáis de allí sin probar su increíble carbonara (estoy salivando sobre el teclado). Os dejo el número de teléfono por si alguien quiere reservar (alojamiento, mesa en el restaurante o ambos): +507 7579066

El pueblo

Os dejo un mapa del pueblo para que os orientéis un poco. Además del Cala Luna, os marco un restaurante frente al mar que me gustó mucho (Buena Vista Bar & Grill) y podéis ver dónde encontrar la oficina de correos y el embarcadero para el ferry a Almirante.

Excursiones

Las excursiones las podéis contratar directamente en cualquier agencia de la calle principal (calle 1 o calle 3). Imagino que, aunque haya diferentes agencias, al final juntarán a todos en una barca o dos, así que buscad la más económica y haréis el mismo tour, pero más barato. Si no, siempre podéis preguntar en vuestro alojamiento.

Nosotros al final hicimos únicamente dos salidas: básicamente lo que la lluvia nos permitió:

Tour Cayo Zapatilla y Cayo Coral

Para esta visita escogimos un tour de una agencia cualquiera (ni recuerdo el nombre, pero como ya os he dicho todas ofrecen más o menos lo mismo) por 28 dólares por persona.

Por si os interesa, he encontrado una excursión similar con Civitatis (no me llevo comisión).

Lo primero, tras salir en lancha rápida, fue intentar ver algún delfín en una de sus zonas habituales. No hubo mucha suerte. Vimos alguna aleta aislada y muy a lo lejos y ya.

Eso sí, con la cámara de agua, pudimos ver un poco el fondo coralino y la vida marina de la zona. No nos tiramos al agua porque había un montón de medusas.

Ya veis: los locales están hechos de otra pasta, pero yo no me atrevo.

Luego paramos en una playa que, en otras condiciones, habría sido totalmente paradisíaca. Pero tras tanta lluvia, la arena estaba empapada, la orilla estaba llena de algas y basura y el agua seguía estando brava. Así que dimos una vuelta y poco más.

Seguidamente, nos llevaron a un restaurante donde almorzamos tipo buffet. Toda la zona estaba llena de palafitos (el restaurante mismo era uno).

Desde las pasarelas de acceso se veían algunos peces y pelícanos y en los árboles cercanos pudimos ver algún loro.

Luego vimos que en el jardín del restaurante había dos más.

Después de comer y para terminar, nos llevaron a una zona densamente arbolada para intentar encontrar algún perezoso camuflado.

No es nada fácil la tarea. Sobre todo, en esta primera imagen creo que se aprecia perfectamente lo desapercibidos que pasan (parecen un coco peludo y mojado por la lluvia). Si el guía no nos llega a decir por dónde mirar, creo que jamás lo habríamos visto.

Que levante la mano quien crea que lo hubiera visto sin ayuda de guías con vista de halcón (o mejor, que deje un comentario por aquí).

Si te acercas se va intuyendo el animal.

Y ya completamente debajo de él… ¡voilà! Ahí estaba. Era un perezoso de tres dedos. ¡mi primer perezoso! ¡Qué emoción!

Ya de camino al pueblo y a punto de finalizar la excursión, todavía pudimos ver alguna estrella de mar en el fondo.

Boca del Drago y Playa de las Estrellas

Fuimos por nuestra cuenta con un bus (5 dólares por persona ida y vuelta) y una lancha compartida con otros viajeros (3 dólares por persona ida y vuelta).

Al bajarnos del bus y antes de montar en la lancha, el mar no se veía demasiado apetecible, la verdad.

A medida que pasaban las horas, el tiempo nos fue respetando un poco y, aunque había olas, hasta llegó a salir el sol tímidamente.

En la zona de la playa de las famosas estrellas, el agua cubre muy poco y hay una especia de bahía, por lo que el agua está siempre calma y cristalina. No había muchas estrellas. Solo unas cuantas desperdigadas por todo el fondo. Supongo que el turismo ya ha surtido su terrible efecto. No se deben tocar ni, mucho menos, sacarlas del agua. Son seres vivos muy sensibles y si queremos disfrutar de su presencia en lugares tan idílicos, mejor será que todos empecemos a tomárnoslo más en serio.

Pon el filtro polarizado a tu cámara (si no tienes, siempre puedes poner tus gafas polarizadas delante de la lente del móvil) y disfruta haciéndoles fotos de recuerdo. Nada más.

Desde el propio muelle, una simpática perrita nos siguió hasta la playa y nos acompañó gran parte del día.

Aprovechamos para hacer un muñeco de nieve (digo, arena), para mandar fotos navideñas a la familia y los amigos. Quedó bastante gracioso. Juzgad vosotros mismos.

Podéis llevar algo en plan picnic, pero también hay un bar para tomar algo.

En un momento dado, saqué a pasear mi vena exploradora y me metí por una zona encharcada (si es que tanta lluvia, es lo que tiene). Iba pisando sobre troncos caídos donde podía, alguna roca… Quería probar mi intuición y lo poco aprendido en la excursión anterior. Aquella zona me parecía perfecta para intentar ver algún perezoso (cómo si supiera yo algo del tema, qué osada es la ignorancia). Pues el caso es que acerté. Esta vez el “coco mojado” estaba más activo y fue más fácil de localizar. ¡Era un perezoso de dos dedos!

¡Toma ya! ¡Encima encontrando nuevas especies! Me encantó el hecho de haberlo localizado yo misma.

Hacia la tarde se empezó a nublar más y más. Era hora de volver.

Ya esperando al bus de vuelta, pudimos disfrutar de un atardecer espectacular, entre palmeras, con el fuerte oleaje chocando contra la orilla. Un bonito final de día.

Lo que se aprende viajando: micro-clase sobre perezosos

Tranquilos que no va a ser ninguna clase magistral. Por si, como a mí antes de este viaje, os sorprende la categorización de esta especie según el número de dedos, ahí os dejo una pequeña aclaración y fotos (de la Wikipedia, de dominio público) para que los podáis distinguir fácilmente.

Perezoso de dos dedos

Perezoso de dos dedosTiene dos dedos/garras en las patas delanteras.

En las traseras tienen todos tres dedos.

Para mí, tiene un poco como cara de cerdito.

Perezoso de tres dedos

Perezoso de tres dedosTienes tres dedos/garras en las patas delanteras.

En las traseras tienen todos tres dedos.

Tiene unas características marcas oscuras alrededor de los ojos y una especie de peinado a “tazón” muy particular.

Y una mini-odisea no podía faltar

Como desde casi cada lugar al que voy, me gusta enviar una postal. Normalmente, se la envío a mis padres, pero a veces me he llegado a autoenviar una de algún lugar que me haya marcado especialmente. Me hace ilusión luego recibirla, leerla y sentirme como me sentía allí mientras la escribía.

Compré una postal en una tiendecita de la calle principal. Fui a correos a por los sellos y para enviarla y me lo encuentro cerrado. Pregunto a varios locales y me dejan patidifusa: Correos no funcionaba, ya que llevaban tiempo sin recibir sellos desde tierra firme.

Yo solo quería seguir con la tradición de mandar una postal desde cada país que visite, y como de aquí nos íbamos directos a Costa Rica con un shuttle ya organizado, la cosa se complicaba.

Pero vamos, que lo mío eran problemas del primer mundo. Me contó gente del lugar que el estar cerrado Correos tenía otras repercusiones mucho peores en las vidas de los ciudadanos de las islas. Por ejemplo, las madres solteras llevaban tiempo sin poder cobrar las pensiones alimentarias de sus hijos porque se hacía a través de Correos. Y así, un montón de situaciones absurdas y complicadísimas al mismo tiempo. Me sabe mal decirlo, pero este tipo de cosas me las he encontrado en muchos lugares de Latinoamérica. Hay mucho margen de mejora. Y ojo que en España en muchas cosas no nos quedamos cortos. En fin, una pena.

Al llegar de vuelta al alojamiento, le conté a Alberto, el dueño, lo de mi postal. No se extrañó, ya sabía del problema con Correos. Enseguida se ofreció a enviarla por mí en cuanto Correos volviera a funcionar correctamente. Reconozco que se la entregué con poca fe, no porque no me fiara de su palabra, sino porque, sabiendo cómo funcionan las cosas en algunos países, la cosa podía alargarse bastante y quizás mi postal quedara olvidada en algún rincón de cualquier oficina perdida del mundo.

Sin embargo, me equivocaba: meses después, mis padres me mandaron una foto por Whatsapp de la postal de Panamá recibida.

¡Guau! Grazie, amico Alberto!

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