¡Feliz Año Nuevo… tamil! Sí, tal cual lo leéis. En este 2017 hemos celebrado el año nuevo dos veces y nuestro primer propósito para este nuevo año nuevo sería intentar avistar ballenas azules en el Índico, ni más ni menos. ¿Nos traería suerte este 2017 bis?
Avistamiento de ballenas desde Mirissa
Tras mucho indagar desde casa, leer sobre diferentes compañías que realizaban este tipo de tours, comparar precios, etc., me decidí a reservar con la empresa Raja & the Whales. Sus precios no son los más bajos, pero sus excursiones de avistamiento sí son de las más respetuosas con la fauna marina. Para nosotros éste era un factor determinante, así que no lo dudamos ni un momento. Nos gusta disfrutar de la naturaleza, pero intentamos interferir lo menos posible en ella.
Os dejo sus datos, por si a alguien le pudiera interesar reservar con ellos:
Email: rajaandthewhales@gmail.com
www.rajaandthewhales.com
Además tienen cuenta en Facebook, donde cuelgan fotos de sus avistamientos.
Una o dos horas antes de embarcar os recomiendo que toméis algún medicamento para prevenir el mareo (tipo Biodramina o algo parecido). La propia agencia lo recomienda y aunque el día que nosotros hicimos el tour, el mar estaba bastante en calma, allí se mareó hasta el apuntador. Creo que fui de las pocas personas, junto con la tripulación, que no terminó con la cabeza asomada por la borda y “dando de comer” a los peces. Avisados quedáis.
A las 6 :15 de la mañana pasaron a recogernos al hotel y nos llevaron directos a las oficinas de la agencia. Allí pagamos las 6.000 rupias por persona que costaba el tour, ya que no habíamos tenido que pagar nada por adelantado, cosa de agradecer. De nuevo nos avisaron de que el mareo estaba casi asegurado, incluso para las personas que no solían sufrirlo. Para los que no aún no habían tomado nada, también ofrecían medicamentos. Os recomiendo que llevéis el vuestro. Lo ideal es que lo probéis en casa para aseguraros de que no os produzca una reacción adversa.
Fuimos todos juntos hasta el barco y nos dieron un pequeño tentempié: té de jengibre (para el que le guste, yo no lo soporto), galletas de jengibre y algo de fruta. El jengibre ayuda a evitar el mareo y las náuseas, pero si no estáis acostumbrados a su fuerte sabor, mejor que lo evitéis. Lo ideal es que comáis algo, para no tener el estómago completamente vacío, pero en pequeñas cantidades. Hay que evitar los sabores fuertes o que os desagraden y no beber mucho líquido de golpe.
Nos dieron un chaleco salvavidas a cada uno y una pequeña charla sobre seguridad y, por fin, zarpamos. Os aconsejo llevar una chaqueta porque con el viento y la humedad al navegar se siente algo de frío.
La tripulación se encargó de explicarnos qué animales podíamos encontrarnos, con suerte, claro, y algunas de sus características. También nos explicaron cuál era la forma correcta de realizar los avistamientos, sin molestar a la fauna. Siempre se debería mantener una distancia mínima de 100 metros entre la embarcación y el animal. Nunca se le debería perseguir o aproximarse a él por el frente o por detrás, sino siempre por los costados. Por desgracia, estas pautas de buena conducta no siempre son respetadas. Por esta razón es tan importante elegir bien la compañía con la que se va a realizar cualquier actividad de esta naturaleza.
La duración del tour depende de la facilidad para encontrar ballenas de ese día y la distancia del puerto a la que se encuentren. El tour se alargará lo necesario para encontrar a las ballenas, por lo que puede durar entre dos y ochos horas (entre cuatro y cinco de media). Mejor no hagáis muchos planes para ese día, por si acaso. Nosotros tuvimos muchísima suerte y enseguida empezamos a ver los primeros lomos y aletas asomando.
No soy capaz ni de contar cuántas ballenas azules vimos, pero fueron muchas. No menos de siete u ocho, seguro.
Alguna hasta nos hizo el grandioso regalo de mostrarnos su aleta caudal, el momento más esperado en este tipo de tours.
Es el animal más grande del planeta, pudiendo llegar a medir hasta 30 metros de longitud, pero uno no se hace a la idea de su magnitud hasta tenerla frente a sí. Es simplemente abrumador.
Las cámaras echaban humo. Pido disculpas por la mala calidad de las fotos. El día estaba muy nublado, con lo que la luz y los colores no eran los ideales para la fotografía. Si a eso sumamos el vaivén de las olas “meciendo” el barco (bueno, algo más que meciendo) y que me faltaban manos para agarrarme y no caerme, mucho más no podía hacer.
Pasado un rato nos sirvieron un desayuno a base de huevos (fritos, revueltos o en tortilla), salchichas y pan. La mayor parte de los pasajeros no tenían cuerpo para desayunar. Hasta ese momento había estado tan ensimismada con mi cámara y las ballenas, que ni me había dado cuenta de que mi chico también estaba entre los que andaban devolviendo el pre-desayuno.
Pusimos rumbo de vuelta a Mirissa, pero el mar aún nos tenía guardada una sorpresita. De repente empezaron a seguir a nuestro barco un montón de delfines.
Nunca había visto tantos juntos. Saltaban y hacían cabriolas a nuestro alrededor. Fue precioso. Una pena que las fotos no son nada buenas, ¿qué le vamos a hacer?, eran demasiado rápidos.
Un contratiempo para celebrar el Año Nuevo
En cuanto llegamos a puerto, volvimos al hotel a por nuestro tuk tuk. Aunque estaba algo nublado, queríamos aprovechar a visitar alguna playa más antes de que el monzón volviera a hacer de las suyas.
Buscando una playa un poco apartada nos perdimos y acabamos metiéndonos por muy malos caminos. Al final pasó lo que tenía que pasar: ¡tuvimos un pinchazo! Había algunas casas por la zona y, al ser festivo, todo el mundo estaba en la calle. Al momento ya estábamos rodeados de Sri Lankeses. Unos cuantos se ofrecieron a ayudarnos con el cambio de rueda, otros simplemente querían curiosear.
Debajo del asiento del conductor se guardan las herramientas necesarias para estos casos, pero ni rastro del gato. Enseguida vimos que no hacía falta. Con ayuda de un par de chicos levantamos nuestro cacharro casi sin esfuerzo. En un periquete teníamos la rueda de repuesto montada y la del pinchazo en la parte de atrás. Rocky (el de la agencia con la que alquilamos el tuk tuk) ya nos había advertido de que los pinchazos eran muy comunes y que con la rueda de repuesto solamente debíamos hacer los kilómetros justos para llegar a un taller donde nos repararan la otra. Preguntamos a la gente, que tan amablemente nos había ayudado, dónde podríamos reparar la rueda pinchada y nos dijeron que por ser Año Nuevo estaría todo cerrado.
Vaya forma de empezar el año. Al día siguiente, nuestro último día de viaje, teníamos muchos kilómetros por delante hasta Negombo. Además, queríamos hacer una parada de unas horas en la ciudad colonial de Galle, por lo que teníamos pensado partir muy temprano. Este contratiempo nos podía estropear los planes. Al final, por recomendación de un señor, nos decidimos a probar suerte en un pueblo cercano, que al ser de mayoría musulmana (no celebran el Año Nuevo Tamil), tendría algo abierto. Nada. No hubo suerte. Recorrimos parte de la carretera principal que une Tangalle con Mirissa. El día anterior, con todo abierto, vimos un montón de talleres y locales especializados en neumáticos. Hoy, este mismo tramo, parecía una carretera fantasma.
De repente, vimos como un señor abría el portón de un taller. ¡Menuda suerte! Paramos el tuk tuk justo enfrente y le explicamos el problema. Nos dijo que estaba cerrado. Era su taller y había ido únicamente a buscar algo. Le pedimos por favor que nos ayudara y creo que nos vio tan apurados, que nos echó una mano. En menos de quince minutos nos había arreglado la rueda pinchada y ya la teníamos de nuevo montada en el cacharro. Eso es eficiencia. Con el estrés del momento nos habíamos olvidado por completo de preguntar el precio de la reparación. Error de principiantes. Ya nos temíamos lo peor, y ¡bien merecido lo tendríamos por pardillos! Al final, la factura no llegó ni a cinco dólares. Y nosotros pensando mal… Está claro que aún queda gente honesta por el mundo.
Super contentos volvimos a Mirissa con los deberes hechos. Tras preguntar en nuestro hotel, fuimos a cenar al único restaurante que había abierto aquella noche en todo el pueblo: el Tandoori Hut, un restaurante indio en la carretera principal. Y resultó ser todo un acierto: la comida era muy rica y el precio bastante ajustado.
Nos fuimos a la cama con la satisfacción de haber empezado el año de nuevo con buen pie (a pesar de los imprevistos), y con un poco de pena, conscientes de nuestro viaje se iba acercando a su fin.