Dejamos con pena Chez Allen. Era el mejor alojamiento de todo el viaje, sin duda. Una pena no haber planeado mínimo una noche más en Nuwara Eliya. Además, la zona bien se merece unos cuantos días. Hay mucho que ver y con las complicadas carreteras de las tierras altas, el tiempo parece que cunda mucho menos. Por si fuera poco, las temperaturas son mucho más frescas, lo que se agradece mucho cuando llevas días y días sudando como una gorrina. Si tuviera que planear ahora mi viaje a Sri Lanka, le daría un par de días más a las tierras altas. Aunque tampoco sabría de donde recortar…
El objetivo de hoy era visitar las plantaciones de té. Ya que el día anterior apenas tuvimos tiempo de disfrutarlas, lo tomaríamos como un aperitivo para el plato fuerte, el día de hoy. Pasaríamos todo el tiempo que nos apeteciera por los campos de té, pasearíamos y haríamos mil fotos (o ¿serían finalmente más?). Nos apetecía especialmente adentrarnos un poco más en la zona, encontrar a gente trabajando en los campos y observar como recogen las hojas con las que luego nos hacemos tan rica bebida. Para ello nos tomaríamos el tiempo que hiciera falta.
Esa mañana nos costó arrancar el tuk tuk. Ya nos lo había avisado Rocky (el dueño). Cuando la temperatura es baja, siempre cuesta un poco. Y ¡vaya si hacía frío! Yo llevaba dos polares encima y aún notaba la rasca. En cuanto el cacharro se dignó a despertarse, comenzamos la excursión.
En el reino del verde
Antes de comenzar el viaje, había visto fotos impresionantes de un lugar llamado Lipton’s Seat, así que teníamos claro a dónde ir. Nos llevó fácilmente tres horas recorrer los 60 kilómetros que separaban Nuwara Eliya de este famoso mirador. Ya os avisé, por aquí las carreteras son estrechas, llenas de curvas y a ratos mal asfaltadas. Pero las vistas durante toda la ruta son simplemente espectaculares. Ya sólo por eso el largo camino hasta esta conocida plantación de té había valido la pena.
Algunas cabras andan entre las plantaciones, comiendo ricas hojas de té. Lo mismo, cuando las ordeñen, sale té con leche. Sólo queda añadirle azúcar al gusto.
En muchos tramos nos desviamos a propósito por caminos aún peores, aunque por suerte apenas transitados. Una gran ventaja del tuk tuk es que al ser tan pequeñito resulta mucho más manejable que un coche. Cuando dos coches tienen que cruzarse y apenas uno cabe en el camino, la cosa se complica. Nosotros fuimos sorteando los obstáculos con bastante más soltura. Sin prisa, pero sin pausa.
Los paisajes son simplemente espectaculares. El verde, en todas las tonalidades posibles, lo inunda todo.
Toda la magia y la soledad del lugar se rompió de golpe cuando llegamos al famoso Lipton’s Seat. Todos los turistas de Sri Lanka estaban allí. Todos. Hasta autobuses llenos de japoneses había. En un camino minúsculo había decenas de coches, tuk tuks y hasta un par de autobuses. Con deciros que hasta nos cobraron entrada por pasar a un mirador, igual o parecido a los que habíamos visitado momentos antes en completa soledad, creo que os lo digo todo.
No digo que la zona de Lipton’s Seat no sea bonita, pero se ha hecho tan famosa que ha perdido todo el encanto. Por lo menos esa es nuestra opinión y la comparto con vosotros.
Salimos de allí escopetados. O más bien lo intentamos, porque el pitote que allí había montado, me recordó más a la M30 en hora punta que a la imagen idílica de los campos de té que tenía en mi cabeza. Cuando por fin conseguimos salir de allí, decidimos perdernos de nuevo por las plantaciones a ver qué nos encontrábamos.
No podíamos haber tomado mejor decisión. Al poco, nos encontrábamos en una preciosa zona llena de trabajadoras.
Sí, he dicho bien, trabajadoras. Hombres sólo vimos dos, y cargando leña, no recolectando hojas de té. La mayoría de mujeres que realizan este duro trabajo son tamiles y, por lo tanto, hindúes. Suelen ir ataviadas con sus ropas y joyas tradicionales, algo que a priori puede no parecer muy cómodo para realizar tareas en el campo, pero que a ellas parece no molestarles en absoluto.
Realizan un arduo trabajo, a la intemperie, haga frío o calor, llueva o truene. Siempre de pie, a menudo encorvadas, cargando peso, en unos campos infestados de insectos y serpientes, algunas de ellas venenosas (Sri Lanka tiene una de las tasas más altas del mundo de muerte por picaduras de serpiente). Para quitarse el sombrero, lo que hacen estas mujeres. Y recalco lo de mujeres, porque siempre son ellas las que, en diferentes partes del mundo, hacen los trabajos más tediosos, los menos valorados y, por supuesto, los peor pagados.
Cargan la bolsa con las hojas recolectadas a la espalda con una cinta en la frente. Las hojas las van cortando a mano o, las más “modernas”, con una especie de cuchillo parecido a los de picar hierbas en la cocina, de esos con el mango en la parte superior. Las van acumulando en lo que se asemeja a un recogedor de mano, de los de barrer el suelo. Y cuando lo tienen lleno, las echan con un rápido movimiento a la saca.
Pasamos un buen rato haciendo fotos por la zona. Algunas trabajadoras, divertidas, nos saludaban. En ningún momento nos pidieron dinero a cambio. Se nota cuando estás en una plantación real, sin hordas de turistas a todas horas.
Seguimos andando por un camino, con campos de té a ambos lados, hasta llegar a un punto desde el que se veía una aldea. Había una decena de casitas y un colorido templo hindú. Suponemos que sería el hogar de muchas de las trabajadoras que por allí andaban.
Ni sé cuánto tiempo pasamos paseando y haciendo fotos por la zona. Cuando ya nos íbamos, se produjo el cambio de turno de las trabajadoras.
Aquellas que llevaban toda la mañana trabajando volvían al camino principal con sus bolsas llenas de hojas de té. A su vez las trabajadoras del siguiente turno llegaban con sus sacos completamente vacíos. Algunas de ellas nos pidieron que les hiciéramos fotos y que se las enseñáramos. Les hacía mucha gracia verse a sí mismas. Fueron momentos muy entrañables.
Algunas de las mujeres que nos encontramos parecían muy mayores. Es difícil aventurarse a decir una edad aproximada, pero se veía en cada una de sus arrugas la dureza de un trabajo realizado durante décadas. Mano a mano junto a las más mayores del lugar, había chicas jovencitas, casi niñas, aprendiendo este duro oficio y preparándose para ser su relevo. Ahora cada vez que me tomo una taza de té calentito, me acuerdo de las manos que hacen que eso sea posible. Nunca antes lo había valorado tanto.
Se nos había pasado el tiempo volando y era bastante más tarde de lo que hubiéramos creído. La idea inicial era ir con el tuk tuk hasta la zona de Ella, todavía en las tierras altas, para luego bajar hasta Tissamaharama (o Tissa, como suelen llamarla los locales), en el sur de la isla. Pero ya sabiendo como eran las carreteras de la zona, lo dejamos por imposible. Nos quedamos sin ver las famosas cataratas Rawana y el pintoresco puente de los nueve arcos, por el que aún sigue pasando el tren. Ya tenemos excusa para volver a Sri Lanka, si es que acaso nos hacía falta una.
Buduruwagala
Este sitio nos pillaba más o menos de camino y, ya que habíamos quitado bastantes cosas del itinerario de hoy, teníamos tiempo para alguna visita extra. De camino pasamos por una zona de arrozales muy bonita. Había un montón de pavos reales por todas partes.
La entrada a este monumento cuesta 200 rupias por persona. Desde el parking, andamos escasamente cinco minutos hasta llegar a una pared de roca natural, en la que hay unos impresionantes bajorrelieves, que datan aproximadamente del siglo X.
Se trata de algunas de las figuras más altas de toda la isla. La más alta de todas, el buda central, alcanza los 16 metros de altura. No son muy conocidas y las únicas personas que encontramos allí, eran Sri Lankeses, que al ser domingo, habían ido a pasar el día.
La tarde caía y teníamos que continuar con nuestra ruta tuktukera.
Kataragama
Decidimos acercarnos a ver la famosa puja u ofrenda, que tiene lugar todos los días a las 18:30 en el templo de Kataragama. Poco antes de llegar, nos dio el alto un policía. ¡A ver qué habíamos hecho ahora! Nada, esta vez nos estábamos portando como unos tuktukeros civilizados. Nos preguntó si nos dirigíamos al templo y al decirle que sí, nos preguntó si podíamos llevarle. ¡Pues claro!
Al llegar al aparcamiento, nuestro nuevo amigo nos indicó el camino para llegar a la puja y se fue corriendo. Durante todo el recorrido encontramos muchos puestos vendiendo flores, frutas y otras ofrendas. Había muchísima gente por todas partes. Unos hacían cola para entrar al edificio principal, otros para recibir la bendición de un monje a los pies de un árbol sagrado, otros para acercarse a un elefante… Lo siento, pero no hay fotos. Haciendo una excepción, me dediqué exclusivamente a observar todos los detalles y disfrutar del momento.
Llegada a Tissa
En tan sólo media hora llegamos a Tissa, la puerta de entrada al Parque Nacional Yala. Nos alojaríamos por un total de tres noches en La Safari Inn Tissamaharama. La habitación doble con baño privado, aire acondicionado y wifi nos costó 23 dólares por noche. Para el precio que tiene, estaba bastante bien. Había muchísimos mosquitos en la habitación, pero la cama tiene mosquitera, así que sin problema, y la electricidad fallaba bastante, aunque seguramente sea un problema en todo el pueblo.
Teníamos contratados con ellos dos días completos de safari en Yala y un safari de mañana al Parque Nacional Udawalawe (famoso por sus elefantes). Tuvimos un pequeño problemilla con el precio acordado por E-Mail, 42.200 rupias. Una vez allí querían cobrarnos más, alegando que ese precio era compartiendo el jeep con más gente, pero que “desgraciadamente” no tenían más reservas para nuestras fechas. Evidentemente, nos negamos rotundamente. En ningún momento nos habían avisado de esa posibilidad vía E-Mail. Amenazamos con irnos con otra conocida compañía de safaris, con las que también había intercambiado correos antes del viaje, y tras discutir con el dueño del hotel vía Skype (se encontraba en Alemania), decidieron respetarnos el precio inicial. Al final, a excepción del primer día, acabamos compartiendo el jeep con otros viajeros. Está claro Yala es un destino indispensable en cualquier viaje a Sri Lanka y se intenta exprimir la billetera del viajero al máximo. No tenemos ninguna pega más, al final se arregló todo, pero estas situaciones siempre nos dejan un regustillo amargo.
Tras la lucha por un precio “justo”, pedimos unos fideos en el propio hotel, nos duchamos rápidamente mientras los preparaban, cenamos y nos fuimos directos a la cama. Al día siguiente tendríamos que estar antes del amanecer listos y en el jeep.
Os dejo los datos de nuestro alojamiento en Tissa, por si a alguien le interesa:
La Safari Inn Tissamaharama (tienen página web)
Teléfono: +94 71 711 5117