De Kandy a Nuwara Eliya

Hoy dejaríamos Kandy y terminaríamos el día en Nuwara Eliya, en mitad de las tierras altas. Antes de abandonar por completo la capital cultural del país, queríamos visitar una serie de templos que se encuentran a las afueras de la ciudad. De nuevo nos beneficiamos de las ventajas de tener un tuk tuk a nuestra completa disposición.

Templo Degaldoruwa

Llegamos a esta joyita tras una media hora batallando con el horrible tráfico de la ciudad. Se trata de un templo-cueva con unos frescos del siglo XVIII preciosos.

Había leído maravillas sobre él, y el chasco fue mayúsculo cuando nos topamos con sus puertas cerradas a cal y canto. Ya nos disponíamos a marcharnos, cuando de la nada salió un hombre que nos dijo que en un momento vendría un monje a abrirnos la puerta. Nos recomendó que subiéramos por unas escaleras para ver la estupa y así lo hicimos. La verdad es que allí arriba no había nada del otro mundo, pero teníamos que hacer algo de tiempo.

Bajamos de nuevo y aún tuvimos que esperar un rato más. No nos importó: unos cachorrillos de perro monísimos estuvieron por allí haciendo monerías para entretenernos. Al rato vimos aparecer a un monje que llevaba un pesado fardo envuelto en una tela. Nos saludó y nos indicó que le siguiéramos.

Al llegar frente a la puerta desenvolvió el paquetito. ¡Era la llave del templo! Y tenía pinta de tener casi tantos años como el mismísimo templo. Entramos a una sala en la que había otra puerta. De nuevo el monje la abrió y nos hizo pasar a otra sala con otra puerta. Aquello era como las famosas muñecas rusas, pero en versión templo. La siguiente sala siempre era aún más bonita que la primera y el hecho de estar allí a solas con aquel monje le añadía todavía más encanto al lugar.

En cada una de las salas, el monje nos daba una larga explicación, como si de un guía se tratara, acerca de los frescos, la historia… o eso suponemos, porque ¡sólo hablaba cingalés! Al principio le interrumpimos un par de veces para decirle que no entendíamos ni papa de todo lo que nos estaba contando, pero él sólo sonreía y seguía a su rollo, así que al final le dejamos soltarnos la parrafada. Una pena no entenderle, la verdad. Se veía que ponía mucho entusiasmo en todo lo que contaba y seguro que era todo interesantísimo. Ya sabéis, el que quiera una experiencia más completa en este templo que se ponga al día con el cingalés antes.

Nos despedimos con pena del monje, no sin antes hacerle una foto frente a “su” templo, una foto que él mismo me pidió que le tomara y que me gusta especialmente.

Guardo un grato recuerdo de aquel simpático monje.

Templo Gadaladeniya

Tras una hora de viaje, llegamos a este templo, que data del año 1344. Aquí sí tendréis que pagar entrada (300 rupias por persona).

Lo primero que destaca es una bonita estupa blanca. Se trata de una de las estructuras religiosas más inusuales del país. Está techada y tiene cuatro estupas más pequeñas a los lados. Bajo cada una de las estupas menores hay una cámara diminuta con un buda sentado en su interior. Es un edificio muy pintoresco y original, único en la isla.

En el edificio principal, al fondo del recinto, destacan las figuras de animales que flanquean las escaleras de entrada. Junto a dos elefantes al uso, se encuentran dos seres mitológicos, mezcla de elefante, león y otros animales. Dentro de la sala se encuentra un gran buda dorado en posición de meditación.

Templo Lankatilaka

Muy cercano al anterior y del mismo año, como si de hermanos mellizos se tratara. La entrada cuesta 300 rupias también.

Por lo demás, no se parecen en nada. Al final de una pequeña cuesta, se erige un gran e imponente edificio blanco. Destaca su altura, mucho mayor que la de los templos que ya habíamos visto.

La entrada se encuentra justo en el lado opuesto. Dentro, hay un gigantesco buda sentado con dos grandes figuras a los lados.

Los murales son espectaculares y están en muy buen estado de conservación.

Templo Embekke Devale

A escasos cinco kilómetros se encuentra este templo del siglo XIV. Para acceder a él hay que pagar, de nuevo, 300 rupias. No son muy originales, no.

Es muy diferente a los anteriores. Una preciosa columnata de madera guía al viajero hasta la sala principal, protegida por dos coloridos leones. En el interior se entremezclan símbolos budistas con coloridos dibujos y tapices hindúes.

Pasamos un buen rato observando cada una de las columnas. Sus tallas son diferentes en cada una de ellas. Encontraréis elefantes, pavos reales, leones… Un trabajo finísimo.

De camino a las tierras altas

Habiendo visto suficientes templos por hoy, emprendemos nuestro camino hacia Nuwara Eliya, en mitad de las tierras altas, donde pasaríamos la noche.

A medida que íbamos ascendiendo, la temperatura fue descendiendo, tanto incluso que al final de la tarde hasta hicimos uso de nuestras chaquetas. Nos tocó rebuscar en las mochilas un buen rato, ya que desde que llegáramos a Sri Lanka nos habíamos olvidado por completo de ellas.

El paisaje también cambió radicalmente. Nos encontramos con varias cascadas en las que hicimos algunas paradas para fotos y comenzamos a ver las primeras plantaciones de té al mismo borde de la carretera.

Las cuestas son bastante pronunciadas y el cacharro empezó a chupar gasolina de lo lindo. Si conducís vuestro propio tuk tuk, como nosotros hicimos, os recomiendo que repostéis cada vez que veáis una gasolinera, que en esta zona además empiezan a escasear. Nosotros además rellenamos una botella vacía de litro y medio con gasolina por si acaso.

Hicimos una parada en la Bluefield Tea Factory (el edificio azul que se ve en la foto).

Nos invitaron a un té negro de prueba y pasamos a lo que habíamos venido, a la tienda a comprar. Yo, que soy una auténtica loca por el té, estaba en el paraíso. Decenas de diferentes tipos de té: té verde, té negro, té blanco, con sabores, para tomar con leche, para tomar sólo… Muy difícil decidirse por uno. Los precios, sin ser baratos (el buen té nunca lo es), eran más económicos que en Suiza, donde vivo.

Al final salimos de allí con dos bolsas llenas de paquetes de té, entre regalos y compras personales. Se nos había ido un poco de las manos, pero todo aquello tendría que entrar en las mochilas. Ya veríamos en el hotel por la noche como nos las apañábamos con nuestro particular Tetris.

Tras surtirnos de té para, mínimo,  un par de inviernos suizos, continuamos nuestro camino. En esta zona hay muchos turistas. Fue de los pocos sitios del país donde nos encontramos con buses enteros llenos de ellos. Nos desviamos un poco de la carretera principal para ver algunos campos de té, pero el tiempo se nos estaba echando encima. Ya estaba atardeciendo, así que nos pusimos en camino a Nuwara Eliya sin más paradas.

Aquí tuvimos una de las anécdotas más divertidas de todo el viaje. Como era de esperar, se nos hizo de noche aún de camino al hotel. Iba conduciendo mi chico y de repente, un policía nos iluminó con su linterna desde el arcén. No le dimos la más mínima importancia. Unos minutos después, nos dimos cuenta de que una moto nos seguía dándonos las largas. Tened en cuenta que la iluminación de la zona era nula. Pensamos que a lo mejor algo andaba mal con el tuk tuk y nos estaban intentando avisar. Paramos a un lado de la carretera y nos quedamos de piedra al ver que era la policía. El mismo de la linterna de antes y un compañero. Se sorprendieron mucho de que fuéramos dos guiris (se ve que no había llegado a vernos bien, a pesar de habernos cegado con su linternita un rato antes). Cuando nos preguntaros que por qué nos habíamos dado a la fuga, no sabíamos dónde meternos. Por lo visto en Sri Lanka dan el alto por la noche con la linterna. Les explicamos que no teníamos ni idea, pensando que de la multa ya no nos libraba nadie. Al final, medio mosqueados por la pérdida de tiempo, medio divertidos por lo cómico de la situación, se marcharon. En cuanto se alejaron en su moto, nos vimos rodeados de lugareños que venían a cotillear. Querían saber qué habíamos hecho, para que nos persiguiera la policía de aquella manera. Debimos de ser lo más comentado durante algún tiempo en aquella pequeña aldea.

Cenamos en un Pizza Hut, que es lo único que encontramos abierto al llegar a Nuwara Eliya. Probamos la de pollo tandoori y la de pollo con mantequilla y salsa masala, un poco extrañas, pero sorprendentemente ricas.

Ya con el buche lleno, fuimos directamente al alojamiento que teníamos contratado, el Chez Allen. Se encuentra en lo alto de una colina de pronunciadas pendientes. En la última cuesta el cacharro no era capaz ni de subir. Había que aligerar la carga, así que me tocó subir a pie, mientras mi chico, no sin dificultad, subía el tuk hasta el aparcamiento.

El Chez Allen es una casa de huéspedes muy acogedora. Fue el mejor alojamiento de todo el viaje, sin duda. Nos arrepentimos enseguida de no haber reservado una noche más. A pesar del frío que hacía fuera, dentro se estaba muy a gusto. La cama era tan cómoda que te atrapaba irremediablemente. Nos costaría madrugar al día siguiente, seguro. Nosotros pagamos alrededor de 25 dólares por una habitación doble con baño privado. El wifi también fue uno de los mejores del viaje. La única pega es que el desayuno no está incluido. Os dejo sus datos:

Chez Allen
Teléfono: +94 72 171 1806
Se puede reservar a través de booking.com

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