Cruzando el altiplano boliviano hasta Uyuni

Por fin llegaba una de las partes del viaje a la que más ganas le teníamos. Era un destino marcado en rojo en nuestra lista de deseos desde hacía mucho tiempo. ¿Cumpliría con nuestras elevadas expectativas?

Día 1

Me desperté como nueva. Si habéis leído el post anterior, sabréis que ayer, volviendo de la excursión a los Geysers del Tatio, empecé a encontrarme bastante mal. Me pasé toda la tarde y la noche metida en la cama sudando la fiebre y parecía que había surtido efecto. Y menos mal, porque hoy era un día muy esperado: hoy comenzábamos un tour de tres días en el que cruzaríamos parte del altiplano boliviano hasta llegar a Uyuni. En el siguiente mapa podéis ver nuestra ruta marcada en rojo.

Más que una excursión es casi una pequeña aventura. Allí donde vamos no hay carreteras. Gran parte del viaje será por pistas sin asfaltar ideales para vehículos todoterreno. Es muy difícil orientarse por según que zonas, por lo que para recorrerlas suele contratarse una excursión con algunas de las muchas agencias de San Pedro que la ofertan. Durante el trayecto nos encontramos gente (poca, eso sí) recorriendo los caminos por su cuenta, en jeeps alquilados, en moto e incluso en bici. Tiene que ser una pasada poder disfrutar de aquellos paisajes en soledad, pero desde luego no es una experiencia apta para cualquiera. Acampar en el gélido altiplano, orientarse en mitad de la nada, supongo que con la ayuda de un GPS, porque en algunas zonas no hay ni pistas marcadas que seguir. Además en un lugar tan inhóspito no queda otra que ser autosuficiente: hay que llevar suficiente agua y comida para todo el trayecto, lo que en bicicleta puede alargarse varias semanas. Y si por el camino surge algún percance (averías, mal de altura, etc.) sólo queda tener suerte y que algún jeep siga tus pasos, te encuentre y te eche una mano.

La tarde anterior mi chico se encargó de hacer las últimas compras. Aunque el tour incluye las bebidas en las comidas, recomiendan llevar mínimo cinco litros de agua por persona para el resto del tiempo. Nosotros llevábamos algo más. Normalmente somos de beber bastante y con la altitud es importante mantenerse bien hidratados, así que mejor que sobre. Además llevábamos algunos snacks y una caja de bolsitas de mate de coca listas para meter en agua caliente.

La primera noche tendremos que dormir, si el frío nos deja, en un refugio muy rústico a alrededor de 4.500 metros de altura.  La agencia proporciona sacos de dormir (incluido en el precio), pero tras leer comentarios de otros viajeros que se habían pelado de frío esa noche, decidí llevar el mío de casa, cuya temperatura de confort está entre 0° y -5°. Mi novio, como es un chicarrón del norte (Suiza para ser más precisos) dijo que le bastaba con lo que le dieran.

Sobre las ocho de la mañana pasó un minibus a buscarnos. Fuimos recogiendo a más y más viajeros y cuando por fin íbamos al completo nos dirigimos a la salida del pueblo, donde se encontraba el puesto fronterizo del lado de Chile. Tenemos que hacer algo de cola y en cuanto todos tenemos el sello de salida en nuestro pasaporte continuamos hacia el puesto fronterizo de Bolivia. Tuvimos que conducir cerca de 50 kilómetros y ascender alrededor de 2.000 metros con el minibus para llegar a él. Desde luego que va en contra de todas las recomendaciones médicas pasar de los 2.500 msnm de San Pedro a los 4.500 metros de altura en menos de una hora, pero es lo que hay. Nos llamó mucho la atención, que durante esa larga hora de viaje, siempre subiendo, estuviéramos en tierra de nadie.

El puesto fronterizo del lado Boliviano (Hito Cajones) no es más que una caseta en mitad de la nada en el altiplano.

Antes de viajar siempre me informo de los requisitos para entrar a cualquier país a través de las recomendaciones de viaje que el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación publica en su web. Gracias a ello, sabíamos que teníamos que rellenar un formulario de entrada al país que debíamos conservar hasta nuestra salida. Nos sellaron el pasaporte sin más, por lo que preguntamos por el dichoso papelito. El funcionario nos explicó, que se les habían acabado y que si lo indicábamos al salir del país no tendríamos problemas. Viendo lo rudimentario del lugar, que por no tener, no tenía ni baños, nos pareció hasta normal. Eso no quita que nos fuéramos de allí asumiendo que el último día de viaje tendríamos que ir con suficiente tiempo al aeropuerto por las posibles pegas que nos pudieran poner a la hora de sellar los pasaportes.

Como éramos muchos los que queríamos entrar a Bolivia a esas horas, la cosa se alargó bastante. Mientras esperábamos a que todos pasaran los trámites de inmigración, los guías prepararon un delicioso desayuno. También aprovechamos este rato para ir conociendo a otros viajeros que harían el tour hasta Uyuni con nostros. Había gente de un montón de nacionalidades diferentes: ¡los próximos días pintaban interesantes!

El minibús se volvía ya para San Pedro y nosotros continuaríamos el viaje en jeeps, con capacidad para siete personas, incluido el conductor. Nosotros mismos fuimos organizando los diferentes grupos. A pesar de mis intentos por traerme a nuestro coche a un Costarricense muy majo, con el que había hecho buenas migas durante el desayuno, nuestro grupo quedó así: una chica y un chico alemanes, dos chicas suizas, mi suizo, el conductor boliviano, que además hacía de guía, y yo. Vamos, que los únicos que hablábamos español en ese vehículo eramos el guía y yo. Además el conductor no hablaba nada de inglés, así que al ver el percal idiomático, me cogió de copilota-traductora. El guía se presentó como el Orejas (creo que ni siquiera llegó a decirnos su nombre verdadero). Era de Uyuni y además de español, hablaba quechua con los otros guías (en Bolivia aún se hablan, además del español, numerosas lenguas indígenas y en esta zona del altiplano sobre todo el quechua y el aimara).

Subimos las mochilas y las garrafas de agua a la baca del coche y el Orejas las tapó con una lona para evitar que se llenaran de polvo por el camino. Sólo de nuestra agencia debíamos ser unos cuatro o cinco vehículos. Y hay otras muchas agencias. A pesar de eso y de que todo el mundo va haciendo más o menos la misma ruta, no vimos demasiada gente en ninguna de las paradas. Sí  que había bastante gente en algunos puntos, pero nunca la suficiente como para romper la magia del lugar.

Antes de partir, fuimos llendo todos al baño inca, o lo que es lo mismo: buscar algún arbustillo, piedra o cualquier otra cosa donde esconderse un poco. Éramos muchos buscando el escondite perfecto, incluidos los funcionarios de aduanas, así que la tarea no era sencilla.

Al poco de iniciar el camino, hicimos nuestra primera parada. Nos encontrábamos al borde de la Laguna Blanca.

Sin llegar a ser blanca, estas aguas adquieren un color lechoso, blanquecino, debido a los minerales que contienen. Las montañas del fondo se reflejan en la laguna, como si de un espejo se tratara. Hay algunos flamencos en sus aguas. Verlos levantar el vuelo es todo un espectáculo.

Tras pasar un agradable rato paseando por la zona, montamos en el jeep y seguimos con la ruta.

Llegamos a la Laguna Verde, que en ese momento de verde tiene poco. Tenemos ante nosotros una laguna de un color achocolatado más bien feo. Eso sí el entorno es precioso. Justo detrás de la laguna se levanta el imponente volcán Licancabur, de 5.960 metros de altura. Es el mismo volcán, que días antes veíamos desde algunas calles de San Pedro de Atacama o desde el Valle de la Luna. Y es que el Licancabur se encuentra justo en la frontera entre Chile y Bolivia, con su cráter dentro de territorio chileno.

Aunque la temperatura era bastante agradable se empezó a levantar un viento bastante frío que casi nos hace volvernos al coche. De repente vemos como en las marrones aguas empiezan a aparecer unas extrañas vetas de un precioso color turquesa. Cada vez hay más y más y en cosa de media hora tenemos ante nosotros una laguna que, ahora sí,  hace honor a su nombre.  De echo, acabo de comprobar la hora en la que hice las fotos, y entre ellas hay sólamente 20 minutos de diferencia. Durante un rato tenemos la suerte de poder admirar en vivo y en directo la típica foto que todas las agencias de San Pedro muestran en sus folletos. Y es real, no necesita ni retoques ni filtros.

Al volver al coche para continuar con la ruta, el guía nos explicó que esta laguna adquiere su característico color turquesa cuando el viento remueve los sedimentos que se encuentran en sus aguas. Por tanto, si alguien la visita en un día sin viento, no podrá disfrutar de la laguna verde en todo su esplendor. La naturaleza es así.

Cruzamos con el jeep el llamado desierto de Dalí. No han elegido mal nombre: los colores de las montañas y lo extraño del paisaje que nos rodea nos hace sentirnos dentro de un cuadro surrealista.

Llegamos a las Termas de Polques, que reciben el nombre del volcán cercano encargado de calentar naturalmente sus aguas.

Hay una especie de vestuarios donde cambiarse de ropa. No se recomienda permanecer dentro del agua más de 20 minutos, ya que está muy caliente y nos encontramos a la considerable altura de 4.500 msnm. Por eso, nosotros decidimos prescindir del baño y preferimos dar una vuelta por los alrededores.

Aquí encontramos la única tienda de todo el viaje. Venden un poco de todo, desde papel higiénico hasta agua y snacks. Tienen además una pequeña cafetería, donde poder tomar algo calentito o incluso comer algo sencillo. Mientras la mayoría de turistas disfrutan de las aguas termales, los guías aprovechan a lavar ropa y asearse en las fuentes de agua de la zona.

De aquí fuimos a ver los Geysers Sol de mañana, a casi 5.000 metros de altura. Entre la falta de oxígeno y lo increíble del paisaje, ahora mismo guardo un extraño recuerdo de esta visita. Es un recuerdo no muy nítido, como si en vez de vivirlo, lo hubiese soñado. Por suerte me quedan las fotos de aquel paseo tan surrealista entre fumarolas y pozas de barro en ebullición. El olor a huevos podridos era muy fuerte, mucho más que en el Tatio, eso sí lo recuerdo bien.

Tras esta visita nos dirigimos al refugio de montaña, donde pasaríamos la siguiente noche, a almorzar. La comida, a pesar de las rústicas condiciones, estuvo bastante bien. Nos dieron un puré de patatas muy rico y unas salchichas. De postre unas bananas muy dulces y un buen mate de coca. Después de comer fuimos repartiéndonos las diferentes camas y llevamos nuestras mochilas y las garrafas de agua desde el coche. Las habitaciones son muy básicas, a compartir entre cinco o seis personas. Nosotros sólo éramos cuatro: las chicas suizas de nuestro jeep y nosotros. El baño es mixto y compartido para todas las habitaciones. Sólo hay dos retretes para todos los que somos, así que suponemos desde un principio que habrá atascos en las horas puntas. Por cierto, os recomiendo llevar papel higiénico, ya que aquí no hay. Tampoco hay duchas ni, por supuesto, calefacción. Como ya he dicho, el alojamiendo es muy muy básico, no esperéis lujos.

Tras descansar un rato cogimos de nuevo el jeep para la última visita del día. Por el camino vimos un grupo de vicuñas, que al pasar nuestro jeep, echaron a correr.

Recorrimos un pqueño tramo en paralelo a ellas y llegamos a una laguna de un imposible color rojo: la laguna Colorada.

En este caso la coloración se debe a un tipo de algas que allí habitan.  En esta zona del planeta la naturaleza ha sido caprichosa a más no poder. Parece mentira la paleta tan amplia de colores que nos encontramos en relativamente pocos kilómetros. No podemos dejar de maravillarnos con cada sitio que visitamos.

Dimos un paseo alrededor de la laguna. El atardecer se aproximaba y la luz era ideal. Hicimos muchísimas fotos. Había algunos flamencos en el agua y un grupo de llamas pastaba en la orilla.

Hacía mucho frío y la sensación térmica era incluso más baja a causa del fuerte viento. Cuando llegó la hora de volver al refugio, subimos con mucho esfuerzo (seguimos a bastante altura) y pena la loma donde los jeeps nos esperaban.

Ya en el refugio teníamos un rato libre hasta la cena. Hubo gente que aprovechó a cargar las baterías de las cámaras, móviles, etc. Yo había leído en internet que no tendríamos electricidad durante todo el viaje, pero se ve que en los últimos años han hecho algunas mejoras. Hay pocos enchufes y sólo unas pocas horas de electricidad (por la noche la cortan), así que si lleváis una batería de repuesto como nosotros mejor. Pero si no es así, hay que andar rápidos para hacerse con un enchufe. Una buena idea es llevar un ladrón para enchufar varias cosas a la vez. Nosotros siempre llevamos uno en la mochila, porque incluso en los mejores hoteles a menudo escasean los enchufes.

En este punto ya había unos cuantos viajeros sufriendo de lo lindo con el mal de altura. Bastante gente se quejaba de dolores de cabeza y sensación de ahogo, algunos tenían náuseas y en los peores casos hasta vómitos. Daba penita verlos vagar en esas condiciones por el refugio. Recuerdo especialmente el caso de un chico británico de unos 20 años. Un par de horas antes recuerdo haberlo visto correteando, saltando para la fotos… Se le veía un chaval lleno de energía. Un guía le recordó que estábamos a bastante altitud y le recomendó que se tomara las cosas con más calma. Seguro que en aquel momento, ya echo un trapito, se arrepentía enormemente de no haber hecho más caso a las recomendaciones del experimentado guía. Nosotros tuvimos mucha suerte: nadie de nuestro coche se sintió mal en todo el viaje.

Nos juntamos con gente de otros jeeps y estuvimos hablando del tour, de otros destinos en Bolivia y de viajes en general. Nos sorprendió la cantidad de gente que había viajando por América durante muchos meses. Hasta ahora habíamos conocido mucha gente, normalmente muy joven, que se tomaba un año sabático antes de empezar la universidad o justo al acabarla, por ejemplo. Pero en aquel refugio nos encontramos con muchos viajeros de más o menos nuestra edad que lo habían dejado todo para viajar durante una temporada. Y cuando digo todo, quiero decir todo: habían conseguido ahorrar algo de dinero, habían vendido el coche, la casa y se habían lanzado a la piscina, dejando el trabajo y sin saber que harían al volver. Tengo que confesar que según nos iban contando más y más cosas, me moría de la envidia. Una de las mejores cosas de viajar es poder conocer gente así: personas super interesantes, con mil y una cosas que contar, que tienen inquietudes similares a las tuyas… Los acabas de conocer y aún así, por una noche, parece que seáis una gran familia.

El ambiente era magnífico. Un chico israelí, que también llevaba una temporada viajando tras por fin acabar el largo servicio militar en su país, sacó de su mochila un juego de mesa y nos propusó echar una partida hasta la hora de la cena. Se trataba de un juego de cartas, donde gana el que primero consiga deshacerse de todas sus cartas. Es un juego muy rápido y al ser muchos, fue realmente divertido. Hasta los guías y las cocineras se asomaron un par de veces desde la cocina para ver qué pasaba al oir el jaleo.

El tiempo pasó muy rápido y la cena nos sorprendió aún jugando. Nos sirvieron una sopa de verduras con pan y unos spaguetti con salsa de tomate y carne y de postre, como siempre, una buena dosis de mate de coca.

A pesar del frío (estaríamos bastante por debajo de los 0°C) algunas personas, entre ellas mi novio, se animaron a salir a ver las estrellas. Luego me contaría que aquel fue uno de los cielos más estrellados que había visto en su vida. Quizás sólo comparable al que tuvimos la suerte de ver una noche de acampada en el desierto de Namibia hace ya un par de años. Sin contaminación lumínica y con una atmósfera mucho menos gruesa de lo normal debido a la altura, las estrellas se ven mucho más brillantes y nítidas. Una lástima haberme perdido semejante espectáculo, pero el frío pudo conmigo.

Aunque al día siguiente tocaba madrugar bastante, algunos se quedaron aún un buen rato jugando o hablando. Nosotros no tardamos mucho en ir a la cama. Además de meterme en mi saco de dormir me eché el saco de dormir de la agencia abierto por encima y tres mantas más. También pedí en la cocina que me calentaran agua para llenar una bolsa de agua, de esas que usaban nuestras abuelas para calentar la cama y que me acompaña en casi todos mis viajes. Aunque creo que ha quedado claro, tengo que decir que soy una persona muy friolera. Mi chico os diría que tampoco era para tanto, pero yo he llegado a verle en manga corta en invierno por Suiza, así que os diría que ni tanto ni tan calvo: hacía frío, pero con el saco y la ropa de cama debería ser suficiente para la mayoría de los mortales.

Día 2

Me desperté un poco antes de la hora convenida la noche anterior, lo que fue una gran suerte. A esa hora todo el mundo aún dormía y pude ahorrarme las colas posteriores para ir al baño. Había leído mucho sobre las posibles consecuencias de dormir a tanta altura: insomnio, sensación de ahogo, taquicardias… Pero nosotros, a parte del gran peso de las mantas, no sentimos nada en absoluto. Nos levantamos muy descansados y con fuerza para afrontar un nuevo día de emociones.

Después de vestirnos (otra vez por capas, lo cual lleva un rato), dejar los sacos recogidos y las mochilas y las garrafas restantes listas para llevarlas al jeep, fuimos a desayunar. No pocos, incluyendonos nosotros, tuvimos sueños muy extraños aquella noche. Lo estuvimos comentando durante el desayuno y nos pareció muy curioso. ¿Serían los efectos de la falta de oxígeno en el cerebro?

Salimos a subir las cosas al coche. Había helado durante la noche y aún hacía un frío horroroso a esas horas. Los guías terminaron de revisar los jeeps (neumáticos, aceite, etc.) y taparon todo con las lonas. Cuando todo estuvo listo, partimos.

El primer tramo del día transcurrió por el desierto de Siloli. En esta zona el clima extremo del altiplano y los fuertes vientos han esculpido espectaculares formaciones rocosas. La más famosa quizás sea el llamado «árbol de piedra».

En una zona de grandes rocas volvimos a encontrarnos con un grupo de graciosas vizcachas, que ya habíamos tenido la suerte de ver en Chile. Había un montón y no se sentían para nada intimidadas con nuestra presencia, por lo que pudimos hacerles fotos hasta hartarnos.

Tuvimos un pinchazo, algo muy normal, dado el terreno por el que nos movemos. El Orejas nos contó que ésta ya era la segunda vez en este viaje. ¿Cómo? Por lo visto pinchamos ayer de camino a la laguna Colorada y entre varios guías cambiaron la rueda sin que ni siquieran nos enteráramos mientras disfrutábamos de la visita. Otro jeep de nuestra agencia, que venía un poco por detrás, paró al vernos para echar una mano. En un santiamén teníamos el nuevo neumático montado y estábamos listos para continuar.

Continuamos el tour y nos dirigimos hacia una serie de lagunas. Después de dar un paseo por las cercanías de la laguna Honda llegamos con el jeep a la laguna Hedionda.

En esta segunda laguna hay muchísimos flamencos. Hay mucho viento, por lo que nos refugiamos en una caseta para comer. Los guías preparan en un momento una rica ensalada de arroz con atún, aguacate, maiz y queso fresco. De postre tenemos unas mandarinas y el ya tradicional mate de coca. La verdad es que no dejamos de sorprendernos con la buena calidad de las comidas para el sitio en el que nos encontramos.

Ya hacia la tarde llegamos a la laguna Cañapa. Es un lugar precioso. El color rojizo de la tierra y el dorado de las típicas pajas altiplánicas contrastan con el bonito azul del agua.

Los montones de flamencos que allí nos encontramos, fueron ya la guinda del pastel.

De aquí nos dirigimos a una zona con vistas privilegiadas al volcán Ollagüe. Esta mole de 5.870 metros de altura se encuentra justo en la frontera entre Chile y Bolivia y está activo. Prueba de ello son los gases que emanaba cuando nosotros estuvimos.

De camino hacia nuestro siguiente alojamiento hicimos una corta parada en la vía férrea que hacia finales del siglo XIX unía Uyuni con Antofagasta, actualmente en Chile, comunicando así el altiplano con la costa del Pacífico.

En aquella época la minería estaba en auge en la zona, por lo que era una infraestructura muy importante para el transporte de los minerales extraídos (sobre todo estaño y plata). Cuando se construyó, Antofagasta aún pertenecía a Bolivia, pero tras la guerra del Pacífico, Chile ocupó la provinvia hasta entonces boliviana de Atacama, con lo que Bolivia perdió su único acceso al mar y la linea ferroviaria cayó en desuso.

Llegamos al hotel de sal, donde pasaremos la noche. Es un hotel construido con bloques de sal. Bueno, esa es la teoría. Se estaban realizando algunas ampliaciones y pudimos ver que utilizaban ladrillos normales y supusimos que luego lo recubrirían con los bloques de sal. Tenían algunas habitaciones dobles y tuvieron la deferencia de entregarlas prioritariamente a las parejas que hubiera, así que esta noche dormiremos solos. En la habitación, menos el colchón, la almohada y la ropa de cama, todo es de sal. Todo, todo, incluso el suelo, lo que no es muy cómodo, teniendo en cuenta que no hay ni un mísero mueble donde dejar las cosas sin que se llenen de sal. Pero a estas alturas no vamos a andarnos con remilgos.

Los baños son compartidos, pero ¡hay duchas con agua caliente! Todo un lujazo. Como somos muchos, nos recomiendan no alargar la ducha más de diez minutos por persona o no nos aseguran que el agua caliente sea suficiente para todos.

Esa noche nos sorprenden con una cena típica boliviana. De primero nos sirvieron una sopa de verduras capaz de revivir a un muerto y de segundo un pique macho, un plato muy típico boliviano a base de carne de ternera, salchichas, patatas fritas, verduras y acompañado de diferentes salsas. Una cena muy potente. Además tuvieron el detalle de invitarnos a una botella de vino por coche. Nuestro grupo invitó al Orejas a compartir la mesa con nosotros.

La agencia da la opción de ir a ver amanecer en el salar de Uyuni al día siguiente, siempre que todo el grupo esté de acuerdo y por suerte, en el nuestro nadie duda ni un momento. Saldremos aún de noche, así que el Orejas nos dice que haremos un desayuno tipo picnic en algún lugar del salar. Nos parece una idea estupenda. Como mañana toca madrugón, nos vamos pronto a la cama.

Día 3

Nos despiertan tocando a la puerta muy temprano. No se ni qué hora era, simplemente me levanté por inercia. Nos amontonamos todos en los pocos baños que había y poco a poco fuimos estando listos todos.

Una vez hubimos cargado de nuevo todo en el coche salimos hacia el salar. Nos dirigimos al desierto de sal más grande del mundo. Nada menos que 10.582 m2 de sal o lo que equivale a unos diez mil millones de toneladas de sal, de la que anualmente se extraen 25 mil toneladas aproximadamente. ¡En algunas zonas la capa de sal alcanza un espesor de hasta diez metros! Es además la mayor reserva de litio del mundo y cuenta también con importantes cantidades de potasio, boro y magnesio.

Llegamos justo antes del amanecer y bien abrigados salimos del jeep.

El salar va cambiando de color según la luz y justo al salir el sol, los primeros rayos iluminan los bordes hexagonales de las placas de sal.

A pesar de no estar solos, había un silencio sobrecogedor. Creo que todos estaban exactamente igual de ensimismados que nosotros. Volvimos a la realidad cuando el Orejas mencionó el desayuno.

Con el coche nos acercamos a una zona con mesas y asientos de piedra. Tomamos tostadas con dulce de leche, mate, cereales, yogur… Con las energías repuestas, fuimos a visitar la Isla del Pescado. En la época de lluvias (generalmente entre enero y marzo), el salar se inunda, convirtiéndose así en el mayor espejo del mundo. Esta isla y su reflejo en el agua recuerdan a la forma de un pez, de ahí su nombre. Al encontrarnos en la época seca se trata de un montículo en mitad del salar, repleto de cactus gigantes de hasta diez metros de altura. Hay una ruta perfectamente marcada que da toda la vuelta a la isla y desde donde se tienen unas vistas espectaculares de todo el salar.

Después nos dirigimos a otra zona del salar, donde pudimos disfrutar un buen rato jugando con las cámaras. Con el inmenso fondo blanco del salar se pierde la sensación de perspectiva y se pueden hacer unas fotos de lo más originales.

Nos acercamos al mediodía y el sol pega de lo lindo. Además la sal crea un efecto similar al de la nieve, reflejando la luz del sol y haciendo que sea necesario echarse bien de crema y cacao con protector solar. Tampoco os olvidéis de llevar gafas de sol o no podréis ni abrir los ojos.

Volvemos a montar en el coche. Desde mi asiento de copilota soy aún más consciente de lo que supone estar en un desierto de sal. Estamos en mitad de la nada. Mires por donde mires solo se ve sal, kilómetros y kilómetros de pura sal.

Llegamos a un antiguo hotel de sal que tuvo q cerrar al público por una cuestión medioambiental. En el hall aún quedan las antiguas mesas y bancos hechos completamente de sal, y allí que nos aposentamos, dispuestos a almorzar. Hoy tenemos pasta, verduras y filetes empanados. La verdad es que nos cuidan genial.

Nuestra siguiente parada es en el pueblo de Colchani, donde hay montada una especie de mercado enfocado a los turistas. En todos los puestos venden más o menos los mismos productos: figuritas hechas de sal, gorros de lana de llama, etc. Los precios también son para turistas, así que nos vamos con las manos vacías.

Después de un rato curioseando por el pueblo, nos dirigimos, de nuevo con el coche, al cementerio de trenes de Uyuni. No hace tanto tiempo que estos oxidados amasijos de hierros recorrían las, ahora abandonadas, vías que ayer cruzamos. Viejas locomotoras y vagones cargados de historia y que, en lugar de terminar abandonados a su suerte, a merced de ladrones y chatarreros, deberían haber aterrizado en algún museo del ferrocarril. Se trata de un lugar un tanto tétrico y con un encanto decadente.

Tras esta última parada, nos dirigimos hacia Uyuni pueblo. Allí, a la nada despreciable altura de 3.700 msnm., terminaba esta pequeña aventura. Nos despedimos con mucha pena del Orejas y los demás conductores y de todos nuestros compañeros de viaje, con los que tan buenos momentos habíamos compartido. Fue un momento triste: tras tres días completos compartiendo las 24 horas con ellos, pasábamos de pronto a ser dos otra vez.

Teníamos un rato libre, antes de que un taxi, contratado desde casa con nuestro siguiente alojamiento en la ciudad de Potosí, pasara a buscarnos. Hoy era 1 de mayo, un día muy importante en el calendario boliviano. Durante la organización del viaje, ninguna agencia local pudo confirmarme que los autobuses funcionaran con normalidad en esta fecha, por lo que decidimos contratar un transfer privado, a pesar del elevado precio (800 bolivianos, unos 100 euros). Aprovechamos el tiempo para cambiar algo de dinero en una casa de cambio cercana, comprar agua, comer algo y conectarnos a internet con el WiFi de la oficina local de World White Travel.

Casi puntual pasó a buscarnos un cómodo coche, que nos llevaría hasta nuestro hotel en Potosí. Se trata de un viaje por una carretera bastante buena de unas tres horas y media, que después del madrugón para ver el amanecer en el salar y el día tan intenso que llevábamos a las espaldas, nos vinieron genial para echar alguna que otra cabezada.

Normalmente hay otras opciones mucho más baratas. Hay autobuses que salen para Potosí, Sucre o La Paz entre las 19:00 y las 22:00. Da tiempo de sobra de acercarse a comprar los billetes al llegar del tour por el altiplano y por lo que nos comentaron, suele haber billetes para esa misma noche. Por lo que tengo entendido, también hay un tren que hace el recorrido de Uyuni hasta la ciudad de Oruro algunos días a la semana, así que si os interesa, podéis pedir información en alguna de las agencias turísticas locales. Además Uyuni cuenta con un aeropuerto, del que salen dos vuelos diarios a La Paz (uno por la mañana y otro por la tarde). Podéis mirar los precios en la web de la compañia Boliviana de Aviación, aunque en 2016 rondaban los 60 euros por trayecto.

Os dejo el link de la aerolínea: Boliviana de Aviación

Datos prácticos

Los precios para un tour de este estilo son muy variados, pero como en todo, a veces lo barato puede salir caro. Si echáis un vistazo a comentarios que circulan por la red (tripadvisador, foros, etc.), veréis que no son pocos los viajeros que han sufrido todo tipo de malas experiencias durante este viaje. En la mayoría de historias los protagonistas son guías-conductores borrachos, y es que el alcoholismo tiene una gran incidencia en Bolivia. Otros viajeros cuentan haberse visto obligados a viajar en coches destartalados, sin rueda de repuesto (si habéis leido hasta aquí sabréis que nosotros pinchamos dos veces en tres días), sin cinturones, etc. Mi consejo es sin duda elegir bien la agencia con la que se viaja para poder disfrutar de un lugar único sin contratiempos.

Nosotros lo contratamos con la agencia World White Travel (Calle Caracoles 337, San Pedro de Atacama) y no tenemos absolutamente ninguna queja, de echo si volviéramos a hacerlo no dudaríamos en volver a reservar con ellos.

Tienen también una oficina en Uyuni, por lo que se puede hacer el mismo tour pero a la inversa. Además existe la opción de volver al lugar de partida (San Pedro o Uyuni) en un tour de cuatro días en vez de tres.

En abril de 2016 nos costó 185 dolares americanos por persona, nada barato, la verdad. Una parte la adelantamos via PayPal al hacer la reserva y el resto lo pagamos al llegar a San Pedro directamente en su oficina. Allí te informan sobre el mal de altura y cómo hacer para aclimatarse lo mejor posible.

Os dejo tanto su web como el E-Mail de contacto:

www.worldwhitetravel.com
reservas@worldwhitetravel.com

El tour no incluye las entradas a los parques nacionales: 150 bolivianos para el parque nacional Eduardo Abaroa, 6 más si queréis pegaros un baño en las termas de polques y 30 bolivianos para visitar la Isla del Pescado. Como hay que pagar en bolivianos, deberéis cambiar algo de dinero en San Pedro de Atacama (cambiad algo más para por ejemplo pagar el acceso a baños públicos, comprar algo en la única tienda que encontramos junto a las termas, etc.)

2 comentarios

  1. Buff, qué experiencia… Uyuni es uno de mis grandes sueños viajeros que espero algún día cumplir. ¡Me encantan las fotos jugando con la perspectiva, son muy divertidas!
    ¡Saludos!

    1. Es un lugar muy especial. Ver cómo van cambiando las tonalidades del salar con los primeros rayos del sol, el blanco infinito, jugar con la perspectiva… ¡es una gran experiencia!
      Uyuni también estuvo en mi lista de deseos durante mucho tiempo… Así que ya sabes, los sueños están para cumplirlos.
      ¡Saludos!

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