Un plan de fin de semana muy típico entre los propios habitantes de Ciudad de México es ir a Xochimilco, una zona de canales, donde se puede alquilar una trajinera (una especie de góndola gigante), y navegar durante unas cuantas horas o el día entero.
Y ése exactamente era nuestro plan para la tarde del sábado. El día amaneció radiante, con lo que el lleno estaba casi garantizado. Andrik, acompañado de su perrita Bonnie, pasó a buscarnos a Iris y a mí, y condujimos en dirección sur hacia Xochimilco.
Si os soy sincera, hasta un par de semanas antes de mi viaje, jamás había oído hablar de Xochimilco. El 19 de septiembre, pocos días antes de embarcarme en esta aventura, Ciudad de México tembló de nuevo. Aquí los terremotos son cosa del día a día, pero el de ese trágico martes batió récords. Recuerdo perfectamente ver en las noticias, aún en Madrid, estas barquitas saltando en las olas que produjo el sismo. Me impresionó bastante. Os pongo el video.
Por suerte, a mi llegada ya quedaban pocos vestigios de aquel terrible terremoto. De camino a Xochimilco pudimos ver algún edificio derruido, pero poco más. Es terrible pensar que mucha gente quedó atrapada ahí mismo, tan sólo unos días antes. Un escalofrío me recorre el cuerpo cada vez que pienso en ello. Somos tan frágiles y tan vulnerables frente al injusto azar…
El precio oficial de las trajineras es de 500 pesos (unos 23 euros) por hora, pero nosotros conseguimos regatearlo hasta los 350. Las trajineras son bastante grandes, así que si sois un grupo grande (juntándoos con gente de vuestro hostel, por ejemplo), el precio es muy asequible. Si no, muchas agencias y albergues organizan tours, con trajinera incluida, a bastante buen precio.
La gente suele llevar su propia comida y bebida, normalmente cervezas, al estilo de un día de campo en España. Además, algunas barquitas van pasando vendiendo diferentes productos como elotes (mazorcas de maíz), esquites (una especie de sopa con maíz ya desgranado), tequila y micheladas (una mezcla muy típica de cerveza, limón y zumo de tomate).
Nosotros paramos en una gasolinera a comprar cervezas y unas bolsas de patatas. Ya en el embarcadero, pedimos unas carnitas para llevar (trocitos de carne de cerdo con cebolla y salsa que se comen envueltos en una tortilla), con lo que íbamos perfectamente surtidos.
El colorido de las trajineras no deja indiferente a nadie.
Es común ver varias trajineras unidas entre sí navegando todas juntas. Así, se pueden organizar fiestas enormes de cumpleaños, aniversario, etc.
Hay mariachis que vienen a esta zona a ofrecer sus servicios, pero el precio es algo desorbitado (150 pesos, 7 euros, por una única canción). Lo que la mayoría de las barcas hacen es pegarse lo máximo posible, cuando hay mariachis cantando en otra trajinera, para así poder disfrutar de su música gratis.
Pasamos una tarde de lo más agradable, navegando, hablando, comiendo, bebiendo, riendo…
Tan lejos de casa y de todo lo conocido, esa tarde me sentí entre amigos. ¡Viajar “sola” es realmente sorprendente!