Antigua, también conocida como Antigua Guatemala es una preciosa ciudad colonial a unos 45 kilómetros de la capital del país, Ciudad de Guatemala, y era también mi siguiente destino, tras mi paso por Panajachel.
Cómo llegar
Desde Panajachel hay, básicamente, dos opciones para llegar a Antigua. Se puede coger el incómodo autobús de línea, popularmente llamado “chicken bus”, que conecta ambas ciudades, o se puede contratar un shuttle desde vuestro hotel en Panajachel hasta la puerta de vuestro alojamiento en Antigua. Más fácil imposible. Por supuesto, es mucho más cara esta segunda opción. Yo, por los 90 quetzales que me pidieron (unos 10 euros al cambio), no lo dudé ni un momento. Me quedo con el shuttle.
Se trata de una furgoneta en la que caben aproximadamente 16 personas y que realiza el recorrido en unas 3 horas. Ese día, la carretera principal estaba cortada por un grupo de manifestantes, por lo que tuvimos que ir por una ruta alternativa, más larga y por carreteras en peor estado. Nuestro conductor parecía ir de rally, porque al final apenas tardamos diez minutos más de lo normal en llegar.
Durante el viaje, se dio una situación bastante desagradable que, hasta ahora, nunca me había tocado vivir. Al poco de dejar Panajachel, el conductor hizo una parada frente a unos baños, a petición de una mujer holandesa que viajaba justo detrás de mí. Al poco, continuamos el viaje con total normalidad Hasta ahí, nada extraño. Yo iba en el asiento del copiloto e iba charlando con el conductor, por lo que el resto de pasajeros sabía que yo hablaba español.
Al poco rato, la misma mujer volvió a pedirle al conductor que parara en unos servicios, a lo que el conductor hizo oídos sordos. La mujer, algo desesperada ya, volvió a intentarlo. El conductor ni le contestó, simplemente volvió a ignorarla. La mujer y su pareja se dirigieron entonces a mí para ver si podía traducir, pensando que el tipo simplemente no les había entendido bien. Me explicaron que ella había debido comer algo en mal estado y estaba algo “indispuesta” (tenía una buena diarrea, vaya), por lo que necesitaba urgentemente un baño.
Se lo comenté al conductor y éste me dijo que no iba a parar, que ya llevábamos mucho retraso (recordad que os he contado que llegamos diez insignificantes minutos más tarde de lo planeado a Antigua) y que no podía volver a hacer una parada. Le dije que parecía muy urgente, que la mujer estaba enferma y él me espetó que ese era su problema, que quizás no debería viajar en esas condiciones.
¿Cómo se le dice a una mujer en tal situación que tendrá que esperar unas dos horas más para poder ir al baño? Sentí mucha empatía y pena hacia ella. Puede que embarcarse en aquel viaje en esas condiciones no hubiera sido la decisión más acertada del mundo por su parte, pero como viajera, me he visto en situaciones similares y nunca, nunca en mi vida, se ha negado el conductor a dejarme ir al servicio. Como mucho, al dejarme ir, se han largado dejándome allí tirada (en un bus de línea, nunca en un shuttle), pero, en ese momento, ese es el menor de los problemas.
La mujer estaba blanca, sudando y le faltó llorarme. Yo intenté convencer al conductor de que parara, pero él se negaba. Por lo visto, nada más llegar a Antigua, tenía que ir a recoger a la gente que había contratado el shuttle para ir a la inversa, a Panajachel, y la empresa de transportes no toleraba que sus conductores se retrasasen bajo ningún concepto (ni debido al corte total de la ruta principal, en fin…).
Me sentí fatal al explicarle a la pobre mujer lo mal que pintaba la mañana para ella. Creo que todos en aquella furgoneta nos sentimos identificados con ella. ¿Quién no ha pasado por un apuro así? Es horrible. El resto del viaje fue muy tenso. No es nada agradable ver sufrir a una persona de semejante manera. Al final, la mujer aguantó estoicamente hasta que llegamos a Antigua y el conductor, eso sí, tuvo la deferencia de pasar primero a dejar a la pareja en su alojamiento. ¡Menos da una piedra!
Fui de las últimas de la furgoneta en llegar a destino, pero me daba igual. Sólo me alegré de bajar del vehículo y dar por finalizado tan desagradable viaje.
Mi alojamiento
Tenía reservada una cama para las próximas tres noches en el Hostal Somos, aunque al final mi estancia se acortaría un poco (paciencia, que no os voy a dejar sin saber el porqué).
La noche me salió a 75 quetzales (menos de 9 euros). Podéis reservar directamente con ellos o a través de Hostelworld. Os recomiendo que reservéis en el dormitorio principal (no el de cuatro camas). El dormitorio principal está en la planta baja, con lo que está más cerca del baño, las camas cuentan con una cortinilla que da mucha privacidad y, lo más importante, cada cama cuenta con un enchufe. En el dormitorio de cuatro camas, sólo contaréis con un enchufe dentro de vuestra taquilla, lo que lo hace incómodo para cargar durante la noche, por ejemplo, el móvil si queréis también usarlo como despertador por la mañana.
Hay cuatro baños completos que, a pesar del gran número de camas, parecen ser suficientes. En ningún momento tuve que hacer cola para usar el aseo o la ducha. Tienen una cocina muy bien equipada y sofás y televisión con Netflix en las zonas comunes. De vez en cuando organizan una noche de cine, donde además de ver una película, tendréis palomitas gratis.
Pero lo mejor de este hostel son sus recepcionistas. Pude conocer a tres de ellos (Tania, Alejandro y Andrea) y os aseguro que son los más simpáticos, amables y dispuestos a ayudar en todo lo posible que me he encontrado hasta ahora. Creo que, si os digo que nada más hacer el check in con Tania y dejar todos mis trastos en el dormitorio, me fui a comer con ella después de que terminara su turno de trabajo, no hace falta decir mucho más.
Durante la comida, Tania me comentó que en un par de días se iba a hacer un tour a un volcán, haciendo noche cerca de la cima y desde donde había vistas privilegiadas a un volcán activo. Sonaba más que interesante. Me propuso ir con ella y yo le dije que lo pensaría. Como ir de trekking en esta etapa en solitario del viaje no entraba dentro de mis planes, no tenía ni la ropa adecuada (la ropa térmica la traería mi marido), ni bastones de trekking (más de lo mismo, mi marido se encargaba de traerlos), ni nada de nada. Tania se ofreció a prestarme ropa de abrigo y me aseguró que el hostel me prestaría unos palos para el trekking. Me estaba quedando sin excusas… Lo consultaría con la almohada.
Después de la comida, la acompañé a ella y a su hermana de compras por el mercado local. Era enorme. Nos perdimos por la zona de ropa de segunda mano, donde muchos locales van a la caza de gangas. Yo, me dediqué a curiosear. Cuando me quise dar cuenta, ya era de noche. Fue una tarde tan agradable que había pasado casi sin enterarme.
La ciudad
Durante la época colonial, la ciudad era conocida como “Santiago de los Caballeros de Guatemala” y fue la capital del país entre 1541 y 1776. Los terremotos de 1773 devastaron la ciudad, que pasó a ser conocida popularmente como “arruinada Guatemala”. Esto obligó, ya en 1776, a trasladar la capital a la que hoy se conoce como Ciudad de Guatemala.
El centro histórico de Antigua fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979 y, desde entonces, se ha transformado en un importante centro turístico.
Nada más llegar a la ciudad, su parecido con San Cristóbal de las Casas me sacó una sonrisa. El colorido de las fachadas, las calles empedradas, el aire colonial… todo me traía muy gratos recuerdos. Tenía la extraña sensación de haber vuelto a un lugar conocido.
Un amigo de Tania me acercó en moto al Cerro de la Cruz, un mirador que es visita obligada en la ciudad.
Las vistas de la ciudad a mis pies, con el volcán de Agua al fondo, son impresionantes. Una boina de nubes tapaba la cima del gigante dormido. De hecho, no conseguí ver el cono completo en ningún momento desde la ciudad. Por lo visto, es algo bastante habitual.
Bajé a la ciudad por unas escaleras (arriba en el centro en el siguiente mapa).
Al llegar abajo, lo primero que me encuentro son las ruinas de La Candelaria.
Por tratarse de zona sísmica, la cantidad de ruinas esparcidas por toda la ciudad es enorme. Por algo llamaron a la ciudad “arruinada Guatemala” durante un tiempo.
Orientarse en la ciudad es muy sencillo. Si os fijáis en el mapa, el centro histórico es una cuadrícula casi perfecta. Las calles están orientadas de este a oeste y van numeradas. Perpendicularmente, de norte a sur, las calles se denominan avenidas y están también numeradas.
Pasé por el convento de las Capuchinas, pero no entré porque había que pagar entrada. No recuerdo cuánto me pedían, pero me pareció un precio bastante elevado en aquel momento.
Callejeando, llegué a las ruinas de El Carmen.
Justo al lado de las ruinas de la iglesia, hay un mercado de artesanías muy interesante. La pequeña y modesta entrada no da la más mínima idea de todo lo que se esconde en el interior. Una serie de galerías a rebosar de tiendas y puestecitos con todo tipo de souvenirs os atraparán durante un buen rato.
Como no puedo dedicarme a las compras en exceso (en mi mochila no hay sitio para recuerdos), seguí con mi ruta por la ciudad. Pasé por delante del Templo de Santa Teresa de Jesús, también en ruinas.
Antigua es una ciudad muy agradable para caminar. No hay apenas tráfico y el colorido de las casitas coloniales alegran la vista a cada paso.
Y andando, andando, llegué al monumento más reconocido de toda la ciudad: el Arco de Santa Catalina, por desgracia lleno de andamios durante me visita. Esta calle es, sin duda alguna, la más fotografiada de toda la ciudad.
Para mi gusto, la iglesia más bonita de toda Antigua es la de La Merced, con su preciosa fachada amarilla y blanca.
Continué mi camino, entre bonitas calles e imágenes de la vida cotidiana, hasta llegar a las ruinas de La Recolección, desde mi punto de vista las más espectaculares de la ciudad.
Pagué 40 quetzales para poder acceder al recinto, pero en mi opinión, merece mucho la pena la visita.
Se trataba de un convento enorme y muy opulento en su época. Hoy, tras numerosos terremotos, abandono y saqueos, luce en un completo estado ruinoso, con el encanto de lo decadente. A menudo, durante mis viajes, me encantaría poder viajar en el tiempo para poder admirar este tipo de monumentos en su momento de máximo apogeo. Debía de ser espectacular. Por otro lado, si los que vieron el esplendor de este edificio y de esta ciudad, levantaran la cabeza y vieran el estado actual de muchos lugares, no darían crédito.
Un poco más adelante, en una esplanada, algunos puestos de verduras y frutas daban la bienvenida al mercado, el mismo que ya visité la tarde anterior con Tania y su hermana. Es un mercado cubierto y laberíntico enorme, en el que se vende prácticamente de todo. Busquéis lo que busquéis, aquí lo encontraréis.
Me acerqué a la oficina de correos, frente al mercado, para enviar unas postales. Menuda sorpresa me llevé cuando me dijeron que el servicio de correos guatemalteco estaba siendo estatalizado y, hasta nuevo aviso, no se podían realizar envíos internacionales. La única solución que encontré fue enviar mis postales a la familia a través de DHL a precio de oro (2 euros por postal no es un precio nada guatemalteco).
Proseguí mi paseo y seguí encontrándome con maravillosos rincones, como la iglesia de San Agustín.
El colorido de las calles sigue llamando mi atención. Es bonito, es armonioso, es llamativo. No me canso de dar vueltas por la ciudad, sin rumbo fijo.
También me encuentro con algunas cosas curiosas, como este divertido cártel.
O este precioso mapamundi hecho de hilo. ¡Qué me gusta a mí un mapa!
En una tienda de artículos para mascotas, me encontré a este minino, haciendo de modelo y promocionando camitas, con mucho estilo, por cierto.
Terminé el día en el Parque Central, una bonita plaza ajardinada y rodeada de bonitos edificios, entre los que destaca la catedral.
Cuando ya empezaba a oscurecer, me fijé en una montaña en el horizonte, que parecía humear. Era el volcán de Fuego, que estaba activo en aquel momento. De ese volcán me había hablado Tania. Y el de la derecha era nada más ni nada menos que el volcán Acatenango, al cual subiría y donde pasaría la noche.
Me quedé un rato mirándolos, en la lejanía, pensativa. De repente, se produjo una explosión en el volcán de Fuego y, éste empezó a escupir lava. La Foto, con cables de por medio incluidos, es muy mala, pero a pesar de la escasa luz y la lejanía, quise inmortalizar el momento.
Jamás me hubiera imaginado ser testigo de tal espectáculo de la naturaleza. Y eso ¡desde la ciudad! ¿Cómo sería verlo desde más cerca, poder oírlo, sentirlo? Esa noche fingiría tener un duro debate con la almohada, porque en el fondo, en lo más profundo de mi ser, sabía que la decisión estaba tomada. Tendría que acortar mi estancia en Antigua, pero seguro que merecía la pena.