El altiplano guatemalteco

Durante mi estancia en Panajachel, realicé algunas excursiones a la zona del altiplano guatemalteco. Tengo que reconocer que antes de este viaje, jamás en mi vida había asociado la palabra “altiplano” con Guatemala. El año pasado ya habíamos visitado el altiplano boliviano y el altiplano chileno. El altiplano peruano, aunque aún no lo haya visitado, también me resultaba familiar. Sin embargo, lo de altiplano guatemalteco, seguía sonándome a chino.

¿Y si os digo que Chichicastenango y Quetzaltenango (también llamado Xela por estos lares) se encuentran en esta zona altiplánica del país? ¿A qué ya os va sonando más?

En realidad, algunos de los lugares de los que os voy a hablar a continuación, están más cerca de Xela o Chichicastenango que de Panajachel, pero por pura comodidad de no estar cambiando de alojamiento tan a menudo, preferí desplazarme algo más para visitarlos. Si os alojáis en cualquiera de estas ciudades, podréis realizar estas excursiones fácilmente.

San Andrés Xecul

Se trata de un pueblo que mantiene muy vivas sus tradiciones. De camino, desde Panajachel, hay un mirador sobre el lago de Atitlán con unas vistas de impresión. No me canso de admirarlo.

Llegué temprano al pueblo, por lo que aún no había mucha vida por sus calles. Me dirigí en primer lugar a visitar a San Simón. Al igual que en Santiago Atitlán, que veneran a Maximón cada año en una casa del pueblo, aquí veneran a San Simón.

Previo pago de 20 quetzales, los dueños de la casa me dejaron pasar a ver al santo y hasta hacerle fotos.

De camino al centro del pueblo, pasé por delante del cementerio local, aún con los restos de la decoración típica del Día de Muertos.

Llegué a la plaza principal, donde destaca la atracción estrella del lugar, su preciosa iglesia, decorada de manera muy original. A colorida no le gana ninguna.

Se dice que la iglesia se construyó como una iglesia católica más, en la zona recién conquistada por los españoles. Sin embargo, poco después, quedó varios años sin párroco o sacerdote que la atendiera. Los pobladores de la zona, descendientes mayas, decidieron terminar la construcción con los detalles y decoraciones que faltaban, fieles a su gusto, cultura y tradiciones.

El resultado es esta colorida fachada, llena de figuras de ángeles, niños y hasta jaguares, tan poco habitual.

Justo enfrente de la iglesia, se encuentra el pequeño mercado local, donde a medida que avanza la mañana, van acudiendo más y más personas a hacer sus compras diarias.

Mercado de Almolonga

Si queréis visitar un mercado tradicional, de los de verdad, sin trampa ni cartón, no os perdáis el de Almolonga.

Aquí vienen los locales a comprar y vender su mercancía. No esperéis encontrar souvenirs ni otros turistas. Este es un mercado de los de verdad.

Aquí se vende de todo, desde ropa y calzado, hasta frutas y verduras, pasando por las carnes y huevos y hasta remedios “milagrosos” contra casi cualquier cosa. Un señor, micrófono en mano, se dedica a enumerar sus supuestas bondades (contra la gripe, el dolor de cabeza, la impotencia, los mareos, la alopecia…). ¡Esto sí que es un todo en uno!

La mayoría de la gente del lugar viste las ropas tradicionales. Entre los trajes y los cientos de frutas y verduras, el colorido es enorme.

Me dediqué a pasear entre los diferentes puestos, empapándome de todo, observando cada detalle… ¡Disfrutando la cotidianeidad que se respiraba!

Os voy a contar una anécdota que me ocurrió estando en Almolonga. Mientras caminaba por el mercado, sentí una especia de vértigo, de mareo. Sentí como si me fuera a caer al suelo, aunque, por suerte, esa sensación duró sólo un momento. Pensé que quizás estaba un poco deshidratada, porque la verdad es que no había bebido apenas nada, así que me fui directa a comprar una botella de agua.

Al momento, un señor me dijo “señora, tembló”. Como por aquí siempre hablan de usted, pensé, por supuesto, que se refería a mí, así que le contesté que sí, que me había dado un pequeño mareo, pero que ya me encontraba bien. Y él me respondió que no, que la que tembló fue la tierra. ¡Acababa de haber un terremoto! (luego vería en internet que de ¡5,1 en la escala de Richter!).

Con cosas como esta me doy cuenta de lo pava que soy. Ya hace unos años, en Suiza, donde resido, hubo un pequeño terremoto, pero que se sintió bastante, por lo visto. Al día siguiente, yo tenía cita en la peluquería y era el tema de conversación estrella. Pensé que no lo habría notado porque fuera por la noche y me pillara durmiendo, pero no. Cuando me dijeron la hora e hice memoria, me di cuenta de que estaba frente a mi ordenador cuando ocurrió. Los cristales de las ventanas temblaron, pero pensé que sería por culpa de un tren (las vías no pasan lejos de casa) o algún avión volando bajo.

Si alguna vez tengo la mala suerte de vivir un terremoto de los gordos, yo no me salvo, seguro. Porque, por pava, ni me refugiaré en un lugar seguro, ni nada de nada. Me quedaré en el sitio, tan pancha, a verlas venir. En fin, mejor cambiar de tema.

Fuentes georginas

Muy cerca de Almolonga, se encuentra este balneario natural. Que Guatemala es zona volcánica es más que evidente. Sólo hay que asomarse al lago de Atitlán para ver que los volcanes están por todas partes. El agua caliente y sulfurosa brota de las profundidades de la tierra y el hombre sabe aprovecharla en forma de preciosas piscinas en las que disfrutar y relajarse.

La entrada para turistas no nacionales cuesta 60 quetzales (unos 6 euros), una verdadera pasta para ser Guatemala, pero os aseguro que merece la pena pagarlos. Si queréis dejar vuestras cosas en una taquilla, tendréis que pagar 15 quetzales más.

Justo a la entrada, me encontré con una bonita estampa. Una familia de coatíes (lo que aquí se conoce como pizotes), se asomaba desde una roca cercana.

Tras un buen rato observándoles y haciéndoles fotos, me dirigí a las fuentes propiamente dichas. Hay varias pozas con agua a diferentes temperaturas. Lo ideal es ir entrando en la menos caliente primero e ir subiendo de temperatura gradualmente, ya que la más caliente está realmente muy caliente.

No tengo apenas fotos del lugar, porque vine a relajarme y eso hice. Os dejo tan solo una foto de recuerdo y ¡listo!

Sólo os diré que me pasé más de dos horas en remojo en este idílico lugar. Cuando salí, tenía los dedos más arrugados que una señora centenaria, pero me sentía como nueva.

Mercado de Chichicastenango

El mercado de Chichicastenango, o Chichi, como se le conoce por aquí (nombre que, por lo menos en España, tiene otro significado) es, sin duda, el más famoso de la zona.

Es un mercado enorme, aunque a mí, sin embargo, me pareció menos auténtico y hasta menos interesante que el de Almolonga.

Este mercado está claramente enfocado al turista. A excepción de alguna zona, donde los locales compran sus alimentos, ropas y hasta animales vivos (pollos, patos y hasta perros y gatos), en casi todo el mercado encontraréis, sobre todo, souvenirs y artesanías de todo tipo.

Hay que regatear duro si queréis conseguir precios medianamente justos. Yo diría que entre un tercio y la mitad de lo pedido inicialmente se aproxima al que debería ser el precio final.

No se puede negar que es un mercado colorido y muy fotogénico. Así que, aunque no estéis interesados en las compras, siempre es agradable darse un paseo por aquí.

Si os decidís a visitarlo, tened en cuenta que hay muchos hurtos a turistas. Llevad cuantas menos cosas de valor, mejor y, sobre todo, ojo con llevar la mochila colgada tranquilamente a la espalda o la cartera en el bolsillo trasero del pantalón. Es mejor tomar precauciones que tener que echar luego algo en falta.

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