Panajachel, la puerta de entrada al lago de Atitlán

Mi siguiente destino era Panajachel (Pana, para los locales), en Guatemala. Casi todas las agencias de San Cristóbal de las Casas, en México, ofertan shuttles “directos” hasta allí. Los precios rondan los 30 dólares por persona y os recomiendo que contratéis el más barato que encontréis, ya que luego juntan a los pasajeros de todas las agencias en una misma furgoneta.

Una odisea de viaje

Una furgoneta pasará a buscaros por vuestro hotel en San Cristóbal. En mi voucher ponía que vendrían a buscarme a las 7:30, por lo que puse el despertador a las 6:30 para tener suficiente tiempo de prepararme. Justo después de sonar mi alarma, llamaron a la puerta de mi habitación. ¡El shuttle ya estaba allí! ¡¿Cómo?! ¡Si aún faltaba una hora!

En tan sólo 15 minutos estaba lista y en la puerta, pero allí ya no había nadie. Llamé a la agencia con la que había reservado el shuttle (Explorando Chiapas) y cuando estaba intentando explicarle lo que había pasado a un señor que parecía no tener ni idea de qué le estaba hablando, la furgoneta volvió a por mí.

El conductor, de muy malas formas, me dijo q tenía suerte, ya que normalmente no esperan tanto por un pasajero. Cuando le dije que me dijeron que vendrían a por mí a las 7:30 y no a las 6:30, no me creyó. Cuando quise enseñarle el voucher donde ponía claramente la hora, no quiso ni mirarlo y me espetó que como habían cambiado la hora el fin de semana anterior (el cambio de horario que se realiza el último domingo de octubre), tenía que haber sabido que vendrían una hora antes. ¡La de estupideces que hay que hay que oír a estas horas de la mañana! Que no es que mi reloj no fuera con la hora actual, no.

Evidentemente, ya íbamos con retraso, con lo que muchos viajeros estuvieron esperando bastante rato en sus hoteles hasta que la dichosa furgoneta pasó a por ellos. Cuando se quejaban, el “simpático” conductor les contaba que algunos pasajeros (o sea, yo) no habían estado listos a la hora.

Yo, que también soy muy simpática, les contaba el error de la agencia al comunicarme el horario de recogida y alucinaban. Otros pasajeros me contaron que casi les pasa lo mismo. Cuando se disponían a reservar les dijeron que pasarían a buscarles a las 7:30, pero por suerte alguien de la agencia se dio cuenta del error y les avisó de que, a partir del cambio de horario, la salida sería a las 6:30. En fin, muy profesional todo.

Haréis una parada en el camino para desayunar. Tienen opción buffet libre o a la carta a precios medios. No está mal del todo. Luego, no habrá más paradas, así que, si no lleváis comida con vosotros, aprovechad aquí a comer algo.

El shuttle no es todo lo “directo” que cabría esperar. Esta primera furgoneta os llevará hasta la frontera con México, donde os sellarán la salida del país y os pedirán que devolváis la tarjeta de inmigración que os dieron al entrar al país.

Si vuestra estancia en el país es superior a 6 días, tendréis que pagar una tasa de salida de 500 pesos. En realidad, esta tase debería pagarse en unos cajeros que hay al lado del puesto fronterizo, pero los funcionarios aduaneros lo cobran directamente a los ingenuos turistas, guardándoselo en su bolsillo. ¡La famosa corrupción mexicana en acción! De esto me enteré un poco después gracias a un chico mexicano que cruzó la frontera justo detrás de nuestro grupo. A él también le dio rabia ver cómo le roban al país, pero no se atrevió ni a rechistar.

Tras salir oficialmente de México, la misma furgoneta nos acercó todo lo posible a la frontera guatemalteca. Tuvimos que cargar nuestras pertenencias unos 300 metros hasta llegar al puesto fronterizo. Hubo gente, con muchos bultos, que contrataron porteadores, aunque no sé deciros el precio.

Tras hacer cola y previo pago de 10 quetzales o 25 pesos mexicanos, pasaréis a que os sellen la entrada en Guatemala en vuestro pasaporte. A mí, solo me quedaban 23 pesos y no llevaba ni un solo quetzal encima, así que hicieron la vista gorda (todo un detalle).

Aquí, normalmente, hay que esperar a que llegue otra furgoneta distinta que os transportara por este nuevo país. En nuestro caso, como íbamos bastante retrasados, la furgoneta acababa de llegar. Pero, visto lo visto, aunque salgáis puntuales de San Cristóbal, no llegaréis antes a destino, porque os tocará esperar aquí.

Y los cambios de furgoneta no acaban aquí. En el mismo vehículo íbamos gente con destino a Quetzaltenango, a Antigua, a Ciudad de Guatemala, a Panajachel… por lo que íbamos haciendo paradas, donde algunos pasajeros bajaban y eran subidos a otras furgonetas, coches, etc. Un auténtico lío. A alrededor de media hora de Panajachel, me llegó el turno a mí. Cinco pasajeros más y yo, tuvimos que coger nuestras mochilas y montar en otra furgoneta que, por fin, nos llevaría a Panajachel.

Aunque os digan que tardaréis alrededor de ocho horas en completar el recorrido, no hagáis ni caso. Yo tardé casi 12, más gente me contó experiencias parecidas e incluso uno de nuestros conductores se extrañó de que la gente protestara ya que, según él, estábamos cumpliendo el horario. Yo hubiera preferido saberlo de antemano. No porque fuera a cambiar mis planes, pero por lo menos hubiera ido más mentalizada para el palizón de viaje que tenía por delante.

Ya en la última furgoneta conocí a una austriaca llamada Lucía. Hablando, nos dimos cuenta de que íbamos a hospedarnos en el mismo hotel. ¡Qué casualidad! Pero lo más gracioso, estaba por llegar.

Me contó que había ido a una fiesta por el Día de Muertos con unas amigas la noche anterior y que estaba bastante cansada porque apenas había dormido. Yo le conté que también había quedado de ir a una fiesta con unas amigas, pero que al final me eché atrás por el cansancio. Le pedí que me enseñara alguna foto si tenía y menuda sorpresa me llevé al verla en las fotos junto a Iris (la catalana de la que ya os hablé en otros posts) y Rahel (una texana amiga nuestra también). ¡Pero si justo eran las chicas con las que yo había quedado de ir a la fiesta! Claro, Iris ya me había dicho que vendría una austriaca, que había conocido hacía unos días, pero ¿cómo me iba a imaginar que era Lucía?

Nos reímos muchísimo con la coincidencia, nos hicimos un selfie y, en cuanto pillamos una red WiFi, lo enviamos al chat de grupo. ¡Qué pequeño es el mundo!

Mi alojamiento

Me quedaría 5 noches en Panajachel, en el Hospedaje el Viajero. Necesitaba tomarme las cosas con calma y, quizás, tener hasta tiempo de actualizar el blog y de descansar, así que había reservado una habitación doble con baño privado para aquellos días. El precio (unos 20 euros la noche) lo encontré a través de booking.

La habitación tenía ventilador, agua caliente en la ducha, buen WiFi, los recepcionistas eran muy amables y me ayudaron con las reservas de tours y transportes, y en el patio, el simpático loro llamado Capricho de los dueños me saludaba cada vez que me veía, así que no podía hacer encontrado un lugar mejor.

Panajachel

Aunque el pueblo en sí no tiene encanto ninguno, es una buena base para hacer tours por el lago de Atitlán, a los mercados de Chichicastenango u otros pueblos menos famosos, a los pueblos indígenas de la zona, etc.

Hay sitios mucho más bonitos donde quedarse, como San Marcos La Laguna, por ejemplo, aunque la oferta de excursiones es mucho menor y los desplazamientos se dificultan, ya que se depende de los horarios de las lanchas que recorren el lago.

Por ese motivo, me decidí a quedarme en Panajachel y, para mí, fue un gran acierto.

En la calle Santander, justo al lado de mi hotel, encontraréis de todo (restaurantes, bares, tiendas, cajeros…). Os recomiendo tres restaurantes, todos ellos en la calle Santander, que probé y que me gustaron especialmente:

  • Guajimbo’s: una parrilla uruguaya con unas carnes deliciosas. Los precios son algo más elevados, aunque acordes a la calidad de los platos. Tienen muy buen WiFi y música en vivo algunas noches.
  • Jose Pingüino’s: un restaurante local con unos platos de carne riquísimos y a muy buen precio. Las guarniciones son más que generosas (el guacamole está especialmente rico).
  • Tuscani: un pequeño restaurante italiano, justo al lado de mi hotel. Las pizzas están muy buenas y el pollo con queso de cabra y salsa de ciruelas es una delicia. Los precios están bastante bien.

Hay dos embarcaderos en el pueblo. Dependiendo vuestro destino, la lancha partirá de uno o del otro. Os dejo un pequeño mapa para que os hagáis una idea.

El lago de Atitlán

Se trata de un precioso lago a una altura considerable (nada menos que 1500 metros de altura) y rodeado de gigantescos volcanes. El paisaje es espectacular, de postal, diría yo.

En Panajachel podréis contratar algún tour de unas cuantas horas para visitar tres o cuatro de los pueblos a orillas del lago. Yo, tanto por precio como por poder moverme con total libertad, me decidí a realizar la visita por mi cuenta.

En el siguiente mapa del lago, podréis ver los principales pueblos y rutas de las lanchas que los conectan.

Santiago Atitlán

El pueblo más grande de los que rodean al lago después de Pana, sería mi primera parada.

Las lanchas salen del embarcadero sur de Panajachel (abajo a la derecha en el mapa) y el viaje de ida cuesta 25 quetzales (en noviembre de 2017). Las vistas desde el embarcadero de los volcanes cercanos son impresionantes.

El viaje os dejará unas instantáneas preciosas también.

Nada más llegar al pueblo, muchos guías se os acercarán para ofreceros sus servicios. Yo me decidí a recorrerlo sola.

En este pueblo es famosa la tradición de custodiar a Maximón (pronunciado Mashimón), una especie de santo, cada año en una casa diferente. Preguntando se llega a Roma, y así lo hice. La gente del lugar, muy amable, me fue indicando el camino.

Por alrededor de 1 quetzal, me dejaron pasar a la sala donde guardan al santo y hacer las fotos que quisiera. Me llamó especialmente la atención la figura de una virgen ataviada con el traje tradicional local.

Después, me encaminé a la iglesia. Unas chichas que iban en dirección al mercado, justo lado, se ofrecieron a acompañarme.

En su interior, un grupo de mujeres indígenas estaban realizando una especie de asamblea. No sé de qué se trataba, ya que hablaban en lengua indígena, pero cada poco tiempo realizaban votaciones a mano alzada. Me llamó la atención que lo llevaran a cabo dentro de la propia iglesia.

Tras mi corta visita a la iglesia (no quise molestar demasiado a aquellas mujeres), me di una vuelta por el mercado local.

Muchas mujeres portan el tocado tradicional, una tela de alrededor de 20 metros de longitud y casi un kilo de peso, que se enrollan a la cabeza cada mañana.

Había un montón de tuk tuks por todo el pueblo. Me puse morriñosa pensando en nuestro viaje a Sri Lanka y en nuestro “cacharro”. ¡Qué de recuerdos me trajo a la mente un simple vehículo!

Volví al embarcadero y me monté en una lancha que me llevaría al siguiente pueblo.

San Pedro La Laguna

El trayecto en lancha me costó otros 25 quetzales y fue más corto que el anterior. Al llegar al embarcadero, hice algunas fotos de los alrededores.

No me digáis que no es graciosa esta lancha.

Justo allí, negocié con un tuktukero (¡como nosotros en Sri Lanka!) un tour de un par de horas por San Pedro, San Juan y terminando en San Marcos (aunque hay lanchas que los conectan, la frecuencia es bastante baja y hubiera perdido mucho tiempo esperando en cada muelle). Tras regatear ambos un rato, el precio se quedó en 60 pesos, nada mal, la verdad.

Paramos en la iglesia del pueblo, donde un cártel con un importante mensaje daba la bienvenida.

Me alegro de que se esté empezando a crear conciencia sobre este tema en cada vez más lugares del mundo.

Los jardines que rodean la iglesia son también muy bonitos.

Con el tuk tuk fuimos a un mirador que hay en un alto a las afueras del pueblo. Las vistas sobre el lago eran de escándalo.

Allí hice un inesperado amiguito. Este pariente guatemalteco de mi Coco no paraba de seguirme, restregarse contra mí y hasta comenzaba a treparme por los pantalones si mostraba la intención de marcharme. Con lo tranquilito que parece en la siguiente foto…

Al final, no sé ni cuánto tiempo pasé allí con él, pero tocaba continuar con el tour. Parece que en la última foto me esté mirando con resentimiento por dejarle allí.

San Juan La Laguna

Lo más destacable de este pueblo son sus numerosas cooperativas textiles, donde mujeres indígenas producen y venden todo tipo de artesanías (bufandas, bolsos, monederos, etc.) de vivos colores. Si estáis interesados en este tipo de compras, éste es el lugar ideal para ello. Aquí os enseñarán el proceso completo de cardado, hilado, teñido y tejido hasta obtener una pieza completa.

Yo, tras curiosear un par de cosas (no puedo, ni quiero, cargar con regalitos varios, durante casi un año de viaje), me fui a echar un vistazo a la iglesia del pueblo, muy diferente de las demás de la zona.

El camino en tuk tuk hacia el siguiente pueblo me dejó unas vistas muy bonitas.

El lago, los volcanes que lo rodean, los pescadores en sus barquitas, los agricultores en sus campos… Todas, estampas preciosas.

San Marcos La Laguna

Aquí terminó mi ruta en tuk tuk y me fui, cómo no, directa a visitar la iglesia.

Este pueblo me gustó especialmente para pasear. Está lleno de escuelas de yoga, restaurantes vegetarianos y orgánicos, gente muy hippie, puestecillos de venta de artesanías muy acordes a esta filosofía, bares muy bohemios… Vamos que, si vais a estar un tiempo por la zona, es un sitio muy recomendable para pasar unos días.

El sol iba bajando y me decidí a tomar la lancha de vuelta a Panajachel (25 quetzales). La última sale a las 17:00, aunque preferí no arriesgar y marcharme algo antes. Con estas preciosas vistas del lago, me despedí de este encantador pueblecito.

El agua estaba mucho menos tranquila que por la mañana, por lo que el viaje fue algo más movidito, pero las vistas amenizaban el trayecto.

Especialmente bonita me pareció la zona de Santa Cruz La Laguna, con sus altas y verdes montañas. Si tenéis tiempo y ganas, creo que es una visita que merece la pena.

Y así, con este precioso atardecer, me despedí de tan mágico lago.

 

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