Izamal, oda al amarillo en Yucatán

Esta pequeña y bonita ciudad colonial se encuentra en el estado mexicano de Yucatán, a aproximadamente una hora de la ciudad de Mérida, así que si estáis pasando algunos días por la zona os recomiendo que os acerquéis a dar una vuelta. Además, se encuentra a escasos 60 kilómetros de Chichén Itzá, por lo que es muy buena idea combinar ambas visitas en un mismo día. Yo ya había visitado estas famosas ruinas en un viaje anterior, así que dediqué el día a pasear por Izamal únicamente.

Izamal, al igual que, por ejemplo, San Cristóbal de las Casas, está considerada como “Pueblo Mágico” por la Secretaría de Turismo de México, galardón que se otorga a municipios que mantienen muy vivas las tradiciones y el folclore local. De hecho, Izamal es conocido también como la “Ciudad de las tres culturas”, por contar con una fuerte herencia de la época prehispánica, de la etapa colonial y del México contemporáneo.

Desde Mérida, desde la estación de autobuses del Noreste, salen a menudo buses hacia Izamal a lo largo de todo el día. Preguntad los horarios, tanto para la ida como para la vuelta, para evitaros largas e innecesarias esperas. Cuando yo fui, el billete costaba 28 pesos por tramo (poco más de un euro). Tened en cuenta que el billete de ida lo compraréis en Mérida, pero el de vuelta tenéis que comprarlo en Izamal (no venden billetes de ida y vuelta en Mérida).

Lo primero que llama la atención al llegar a Izamal, es el colorido del pueblo. Ese es su mayor encanto y reclamo turístico. Gran parte de las fachadas de las calles del centro están pintadas de un cálido y llamativo color amarillo. Y no, no pasa para nada desapercibido.

Si tenéis la suerte de visitar Izamal en un día soleado, el contraste del amarillo que todo lo inunda con el azul del cielo os impactará.

Callejeando llegué hasta el Convento de San Francisco. Sus majestuosas escalinatas me dan la bienvenida.

Una vez arriba y tras cruzar el portal, me encontré con una preciosa plazoleta y el edificio del convento al fondo.

La visita al interior del convento es gratuita y, aunque no tiene nada especialmente reseñable en su interior, me llamaron la atención tres figuras que me resultaban algo familiares…

A Melchor lo encontré algo bronceado. Y lo de Baltasar… no sé, me recordó bastante al caso de Michael Jackson. ¡Desde luego, el que colocó los cartelitos era todo un artista! ¿Sería el becario?

La parte trasera del edificio no está pintada de amarillo. Así, con la piedra vista, me recordó bastante a cualquier iglesia del sur de España.

Abandoné el convento en dirección a la plaza principal, no sin antes echar, por un momento, la vista atrás. Ese día el calor era casi insoportable. Rondábamos los 40°C la humedad era altísima, por lo que unos momentos a la sombra de los soportales, con el agradable airecillo, se agradecían sobremanera.

Numerosas calesas (excesivamente decoradas, para mi gusto) esperan estratégicamente colocadas a que los exhaustos turistas tomen la opción fácil (y cara) de ahorrarse la caminata bajo el sol abrasador. Colorido no les falta, ¡desde luego!

Yo decido “sufrir” y prosigo con mi paseo. En el centro de la plaza, unas coloridas letras forman el nombre de Izamal.

Si viajáis por México, veréis que estas letras están por todas partes, en cualquier pueblo o ciudad medianamente turística. Y suelen causar sensación. Todo el mundo quiere su foto con las dichosas letras, así que en esta ocasión me sorprendió encontrarlas sin gente alrededor. Serían los efectos del sol del mediodía.

Callejear por Izamal es una auténtica gozada (armándose de valor e ignorando el intenso calorazo que me tocó aquel día). Sus calles llenas de color y sus rincones con encanto me infunden optimismo.

Paseando sin rumbo fijo, llegué al sitio arqueológico de Kinich Kakmó.

Es curioso que, sin abandonar el centro de la ciudad, de repente uno se encuentre con una enorme pirámide maya. De hecho, a Izamal se la conocía en el pasado como “La ciudad de los cerros”, por poseer dentro de su territorio cinco pirámides mayas de gran tamaño que, durante mucho tiempo, antes de ser excavadas, fueron confundidas con cerros por los lugareños.

El bochorno se hace cada vez más insoportable y nubes cada vez más densas van apareciendo en el cielo. Parece que se avecina una buena tormenta.

Regreso, caminando con calma, hacia los aledaños de la plaza principal y continúo maravillándome con el increíble colorido de Izamal.

En un rincón de la ciudad me encuentro con una plaquita que recuerda la Leyenda del Toro, por lo visto, muy conocida en la zona.

“Hace muchos años, vivió en Izamal un español llamado Don Rodrigo de las Cuevas y Echegaray, quien, además de tener un carácter recio y muy duro, tenía la encomienda de lo que hoy es el pueblo de Xanabá y un rancho donde criaba toros de lidia para las fiestas anuales. Entre ellos, tenía un toro de fina estampa al que muchos querían comprar, pero Don Rodrigo siempre se negó, argumentando que era de su mujer, Doña Filomena.

Se contaba que la única persona que podía acercarse al toro era Doña Filomena, por su carácter tan dulce, y que al divisarla el animal corría a su encuentro como si fuera un animal domesticado. En cierta ocasión, Don Rodrigo se enfrascó con Doña Filomena en una fuerte discusión, llegando al grado de agredirla y tirarla al suelo terriblemente. Aquel impacto fue fatal y cuando llegó la gente a rescatarla, ya era demasiado tarde. Aquel fiel toro, al presenciar todo lo sucedido, mugía lleno de furor como si entendiera todo lo que había pasado.

Don Rodrigo dejó de frecuentar su rancho, pues cada vez que el toro lo veía, le mostraba su furor tratando de arremeter contra él, lo que ocasionó que Don Rodrigo lo vendiera al primer postor.

Pasaron los meses, llegó la fiesta anual y, como de costumbre, Don Rodrigo presenció la corrida desde la azotea de su casa, percatándose de que el toro que lidiaban era aquel de su esposa y lleno de cólera gritó desde arriba que lo mataran. Pero lo único que consiguió fue que el toro lo descubriera y comenzó a bramar lleno de furia, por lo que logró salir del ruedo para arremeter contra la casa de Don Rodrigo, estrellándose una y otra vez, hasta que murió por los impactos.

Este suceso causó conmoción en el pueblo y se dice que durante la noche lluviosa y oscura de aquel día cundió pavor en el vecindario al escuchar horrendos mugidos. La gente asegura que al amanecer del día siguiente Don Rodrigo amaneció muerto en su lecho con una expresión se horror en su rostro. Desde entonces, a este lugar se le conoce como La Esquina del Toro.”

El cielo se oscurecía por momentos, por lo que decidí que era hora de regresar a la estación de autobuses.

Y desde luego, fue la decisión correcta. Justo al llegar a la estación, comenzó a diluviar de una forma impresionante. ¡De la que me había librado! La gente que iba llegando, tan sólo unos minutos después, aparecía completamente empapada, de la cabeza a los pies. Por suerte, la lluvia estaba refrescando un poco el ambiente.

Tras una corta espera, salí en el siguiente autobús con dirección a Mérida, con la sensación de haber aprovechado muy bien el día.

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