Udawalawe y Mulkirigala

El día había amanecido completamente nublado, pero por lo menos ya no llovía. El diluvio del día anterior, el comienzo del monzón según nos dijeron los lugareños, nos daba una tregua. Ya nos habían avisado la tarde anterior, por las mañanas aún podríamos disfrutar de algo de sol, pero no habría tarde en lo que restaba de viaje en que nos libráramos de las lluvias torrenciales. No quedaba otra que adaptarse. Tendríamos que aprovechar las mañanas lo mejor posible.

Safari en Udawalawe

Para esa mañana teníamos contratado un safari al Parque Nacional Udawalawe, donde, al igual que en el Parque Nacional Minneriya, los elefantes eran los absolutos protagonistas. El precio lo acordamos junto con los safaris a Yala. Los detalles los tenéis casi al final de la entrada en la que llegamos a Tissa.

La noche anterior habíamos preguntado en el hotel si podíamos quedarnos con la habitación hasta volver del safari, sobre las 11 de la mañana, pero nos dijeron que imposible, tenían todo lleno. Nos extrañó, ya que esos días no habíamos visto demasiado movimiento por allí, pero sacamos las mochilas que habíamos dejado preparadas la noche anterior e hicimos el check out.

El jeep pasó a buscarnos temprano, recogimos a un par de viajeros más antes de abandonar Tissa y nos pusimos en camino. En poco más de una hora estábamos entrando al parque. Tomamos nuestro safari-desayuno de costumbre: sandwiches de mermelada, huevo duro, plátano y zumo, proporcionados por el hotel. Podían haber variado un poco el menú. Tras tres mañanas de safari, estábamos ya algo hartos.

Los caminos estaban muy embarrados por las fuertes lluvias del día anterior y el conductor nos avisó de que sería difícil ver muchos elefantes. ¡Que no decaiga el ánimo! Al menos lo intentaríamos, ¡qué no se diga que nos rendimos a la primera de cambio!

Al igual que en Yala, desde el primer momento, vimos muchas aves.

Pero de todas ellas, la que se llevó la palma aquel día fue un precioso pavo real, que desplegó todo su encanto justo delante de nuestro jeep. Si estaba intentando cortejarnos, desde luego, conmigo lo consiguió.

No tardamos mucho en encontrar algunos grupos pequeños de elefantes. En este parque, la vegetación es mucho más frondosa que en el de Minneriya, por lo que su avistamiento es algo más complicado.

Había una cría muy pequeñita que hizo las delicias de nuestras cámaras durante un buen rato.

Me encanta su pelo-punki en la siguiente foto. Parece un peluche.

También vimos algún cocodrilo, patrullando su charca en busca de su almuerzo.

En las copas de unos árboles nos encontramos con unos langures, habituales en cualquier lugar de Sri Lanka.

Quizás, lo que más me sorprendió de todo el safari fue encontrar un varano en lo alto de un enorme árbol. Llamadme inculta, pero no tenía ni idea de que treparan a los árboles.

Fue un safari cortito, de unas tres horas aproximadamente, tras el cual, volvimos a Tissa para recoger nuestro equipaje y a retomar el viaje a bordo de nuestro querido cacharro.

Al llegar al hotel, necesitábamos ir al baño y nos dejaron pasar al de nuestra antigua habitación, a la que, por cierto, aún no había pasado nadie a limpiar y cambiar las sábanas. Si tenían todo reservado, como nos habían dicho, y aunque los clientes se hubieran retrasado, ya habrían tenido la habitación preparada. Estaba claro que nos habían mentido. Fue un detalle bastante feo.

Monasterio de Mulkirigala

Tras recolocar todos nuestros trastos en el tuk tuk, emprendimos nuestro camino. Tardamos unas dos horas aproximadamente en llegar a Mulkirigala, una serie de templos excavados en la roca en lo alto de una colina. La entrada cuesta 500 rupias por persona.

Unos amenazantes nubarrones negros empezaban a cubrir el cielo cuando comenzamos a subir las escaleras. Llegamos a la primera terraza, donde se encuentra el primer templo. Decidimos ir viendo los templos a medida que subíamos para hacer descansos por el camino. La subida, aunque no muy dura, sí se hace pesada debido al calor y la humedad.

En la galería de entrada al templo, una serie de figuras e inscripciones nos dan la bienvenida.

A través de la puerta ya se puede intuir un buda reclinado bastante grande. El interior recuerda bastante al estilo de las cuevas de Dambulla, aunque a mucho menor escala (y con mucha menos gente). Una serie de estatuas de buda llenan la sala.

Los coloridos frescos nos tienen entretenidos un buen rato. Las escenas representadas son de lo más variopintas.

Cuando salimos al exterior, dispuestos a seguir con la subida, notamos como empieza a chispear. Echamos un vistazo al camino que teníamos por delante y, viendo que la cosa se complicaba, decidimos dar media vuelta. Las escaleras eran cada vez más empinadas y resbaladizas, los escalones cada vez más estrechos y llegados a un punto, había que caminar por la roca desnuda. No teníamos ganas de andar por aquel lugar cuando cayera la tromba de agua. Y es que sabiendo que ya había comenzado el monzón, sabíamos lo que aquellas cuatro gotas vaticinaban.

Bajamos todo lo rápido que pudimos y en cuanto llegamos al aparcamiento, comenzó el diluvio. Habíamos hecho bien en abortar la visita.

Tangalle

La lluvia y el viento nos hizo tardar más de lo normal en recorrer los 20 kilómetros que nos separaban de nuestro siguiente alojamiento. Fueron 20 kilómetros infernales. La visibilidad era casi nula y la carretera, en algunos puntos, se había transformado en un río. Supongo que los lugareños estarán más acostumbrados, pero a nosotros nos dio algo de miedo. Incluso nos encontramos algún árbol caído. Al final, nos vimos obligados a parar al costado de la carretera en un par de ocasiones y a esperar a que aflojara un poco la tormenta. Cuando parecía que ya había pasado lo peor, retomábamos la marcha. No pasaba mucho tiempo hasta que la apocalíptica tormenta nos obligaba a parar de nuevo.

El último tramo para llegar a nuestro hotel transcurría por un camino de tierra lleno de baches y totalmente encharcado. Por suerte, para entonces la lluvia era mucho más débil. ¡Ya no debía de quedar más agua en el cielo! Los hoteles en Tangalle son algo más caros que la media del país. Nosotros nos habíamos decidido por un hotel nuevecito justo a pie de playa: el Serein Beach Hotel. La habitación doble nos costó 60 dólares para una noche. El hotel estaba bastante bien, pero creo que por ese precio debe haber cosas mejores por la zona.

Teníamos pensado acercarnos a la playa de Rekawa, donde un centro de conservación ambiental organiza tours para ir a ver a las tortugas desovar, pero como la lluvia no había cesado aun, decidimos ir a cenar y descansar. En nuestro hotel sólo tenían un menú fijo con pescado y mariscos. Como a ninguno de los dos nos gustan, cogimos el tuk tuk y fuimos a la búsqueda de un mejor restaurante. A pocos metros, entramos en el Cinnabar Resort. Cenamos unas pizzas muy buenas y con un ambiente super agradable. Así sí podíamos dar por zanjado el día.

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